viernes, 18 de septiembre de 2009

Filias y fobias (Ellos)


A las dos mayores de las Rivas, que me lo contaron.


Estaban afuera, ella sabía que no, pero los oía entre las amapolas de la terraza, probablemente en cuclillas o reptando sigilosos de un lado al otro del patio, esperando el momento oportuno
¿el momento oportuno para qué?
¿para sacarte la lengua Soplas?
cuatro tazas de café y una en proceso. No tenía sueño y sin embargo bostezaba largamente. Siempre a esas alturas, el sabor amargo y alquitranado le hacía preguntarse por qué seguía bebiendo. Sorbo a sorbo se imaginaba la lengua amarillenta, el sarro acre tapizando las paredes cavernosas, la carne viva de su boca, los dientes poniéndose marrones con el paso de un tiempo acelerado y luego, por alguna asociación improbable (quizá los matices de colores cálidos, o la sensación de tiempo transcurrido), el trance imaginativo acababa en la imagen prefabricada de una osamenta en algún desierto ventoso de Arizona.

No tener los cigarrillos a mano la fastidiaba. Se estaba fumando el último del penúltimo paquete y tendría que ir a traer el otro al cuarto. De pronto uno de ellos cruzó del patio a la cocina, deteniéndose un segundo en la puerta del estudio. Sin darse vuelta lo sospechó mirándola, atrayéndola, recortándola de la silla con esos ojos inmóviles y profundos como los pasillos de los hospitales
¿cuáles ojos? ¿por qué tendrían que tener ojos?
Nunca los has visto y tenés que ponerles ojos y además “profundos”,
Vos misma revisaste la puerta. Nadie pudo haber entrado.
Decidió quedarse sin fumar, total acababa de apagar el cigarrillo, era pura necedad. “La razón es sobre todo defensa”, había leído alguna vez en un ensayo sobre victimología, en el cual se explicaba que la víctima y el victimario, según el caso, entraban en una especie de complicidad ceremonial en la que la razón-escudo, debido a lo absurdo de la situación dada, se convertía en el puente que la víctima le tendía al verdugo para que este cumpliera su impulso. Por eso temía mirarlos, toparse de frente a alguno de ellos y fijar sus ojos en esos otros, profundos como las mirillas de las puertas, porque así sería vulnerable, quedaría a merced
¿a merced de qué, tonta?
Maldito Raúl y las lunas de miel pensaba mientras miraba el reloj
Por su culpa estoy terminando yo el informe.
Ojalá el hotel no tenga ascensores y la piscina esté llena de sapos


La promoción de los cursos, en números porcentuales (fig 7), supera por mucho los objetivos planteados al inicio del... Tecleaba fuerte para intentar no escucharlos andar por la casa, revolviendo el cuarto, oliendo sus perfumes y sus cremas, inspeccionando los estantes del baño, abriendo el closet, conociéndola. Su espacio vital se había reducido al área cuadrada del monitor, se negaba a sentir el miedo que sentía, ya era tarde y Raúl le había dicho que a más tardar, mañana tenía que estar listo el informe y que muchas gracias y que ya había perdido la cuenta de cuántas le debía y que la iba a llevar al cielo en un caballo alado y que era un sol y que...

Iba en tren a casa de su abuela en Barranca, siempre pasaban los fines de año allá. Estaba contenta: la esperaban sus padres y una manada de primos con quienes jugar escondido entre los gallineros o a los náufragos en la playa, sobre todo Rafa y Marisol, que eran tan buenos con ella, y la tía Zaida, que siempre les regalaba traguitos de cerveza. Sabía que después de la casa verde de dos pisos, el tren pasaba por un túnel donde la oscuridad era total y sólo se veía la brasa del cigarro de su papá que parecía un insecto fosforescente de movimientos erráticos, hasta que se fijaba en un punto, que debía ser justo debajo del bigote, y ardía con más intensidad. Pero esta vez iba sola y, conforme el tren se iba acercando más al túnel, ella empezaba a entender menos por qué. Por qué se habían venido antes sus papás, no era normal que la dejaran viajar sola así nomás, ¡a penas tenía once años! Su madre le había dicho que tenía que ser valiente, que pensara en cosas bonitas, total el tren pasaba rapidísimo por el túnel y todos la iban a estar esperando con fresco de tamarindo y emparedados de pepino con mayonesa.

Apretó las manos que le empezaban a sudar contra el asiento (total pasa rapidísimo), quiso imaginar los rostros de la pareja de señores que iba en el asiento de enfrente pero a penas pudo recordar que la señora llevaba un pañuelo celeste en la cabeza y que el señor tenía la barba y el bigote blancos. De pronto el tren se detuvo y desde lejos llegó un sonido chirriante, como de latas retorcidas. Se quedó totalmente quieta, las manos se le resbalaban del asiento. La gente empezó a levantarse y a correr por el pasillo gritando nombres, buscando a sus parientes perdidos en la oscuridad y en los otros vagones. Después todo quedó en absoluto silencio pero las personas seguían corriendo desesperadas, como cuando ella le ponía el mute al tele en los anuncios. Todos le golpeaban el hombro izquierdo al pasar alocados por su asiento, los sentía tropezarse unos con otros y caer a su lado para luego levantarse y reunirse con el caos mudo del tren. Quería estar con Marisol para enseñarle los cromos nuevos, perseguir a Rafa que disimulaba pésimo y siempre se dejaba atrapar. Pero no quería moverse, no quería correr con esa gente loca y estúpida que le majaba los pies. Entonces sintió la quietud.

Entre todos, alguien se había detenido junto a ella y era tibia la quietud; la sintió posarse sobre su hombro como una mano, pero no era reconfortante. Quiso adivinarle los ojos, la quietud, que era alguien, tenía que tener ojos pero estaba oscuro, frío y oscuro. La sintió respirarle en el cuello, bañarla con su vaho anónimo. Mientras todos se golpeaban delirantes y en silencio, ella oía la respiración de esa quietud absurda que le levantaba los brazos y se los ponía detrás de la cabeza, que le tomaba la cara por la barbilla y le decía: Ellos también sienten, ellos también sienten.
Abrió los ojos y se descubrió dándole manotazos al monitor que estaba apagado
Siempre ese maldito sueño, me cago en Raúl,
no me va a dar tiempo de terminar el informe...
¿ellos también sienten?
Me cago en ellos ¿qué hora será?

El reloj estaba boca abajo en la mesilla de la lámpara
¿por qué se apagó el monitor?
Le empezaron a sudar las manos
Tuvieron que ser ellos, entraron cuando estaba dormida,
apagaron la compu y volcaron el reloj
para que supiera que habían estado aquí velándome, como a una niña,
como siempre.
Afuera estaban todos ellos, los podía oír agolparse en la puerta del estudio que se empezaba a abrir. Se quedó paralizada mirando hacia la entrada en la silla giratoria, sabía que esta vez sí, que no podría evitar mirarlos a los ojos, esos ojos profundos como las avenidas en la noche. Ellos también lo sabían...

Volvió en sí de golpe. El tren seguía en el túnel. La gente seguía corriendo inútilmente. Imaginaba sus rostros como el de “El grito”: mudos, desgarrados, eternos. Ella estaba inmóvil en el asiento, la quietud tibia seguía lastimándola y poseyéndola, respirándole en el cuello. Lloraba con los ojos apretados. Desmayarse sería despertar de nuevo y no quería. Sabía que ellos estaban fuera del estudio a punto de abrir la puerta, y que esta vez no podría evitar mirarse en esos ojos, profundos como el túnel.

Mayo del 2004