jueves, 27 de septiembre de 2012

Reflexiones de un fumador




“Musings of a cigarrette smoking man” de Raul Bloodworth
Traducción Eduardo Valverde

I
Un fumador como yo, en un futuro probable, puede pasar de fumar a no-fumar. Si bien considerar trivialidades como esta puede parecer un despropósito para las almas prácticas, hay que reconocer que no deja de sumarle sombras al porvenir –de por sí sombrío- de las almas, no digamos achacosas, pero desangeladas.

II
“El recurso de andar fumando es un paréntesis para la esclavitud y las bestias humilladas.”. Silvia Piranesi.

III
Le sobran incontables minutos al final del día ahora que ya no fuma. Siguiendo la lógica del “time is money” los deposita en puchitos bajo el colchón, junto a las horas de insomnio.

IV
En este lapso de tiempo –una vida- me han querido varios hombres y varias mujeres, algunos aún me quieren. No enumero nombres porque la memoria, sabemos, es injusta; sin embargo debo decir que no existe mejor consuelo que un cigarrillo.

V
Un artificio para darle alguna forma al aire. Una oración que se reza hacia dentro.

VI
Usualmente fumo de forma compulsiva. Digamos que no me entero cuándo acaba un cigarrillo y cuándo inicia otro; de repente ya ha anochecido y todos los impulsos del día se encharcan bajo la luz de los postes.

VII
A veces cuando fumo y estoy solo, me imagino solo y fumando.

VIII
Otra herramienta para poner distancia; para volver a uno mismo luego, o durante cualquier rito de comunión: la comida, el sexo, la conversación.

IX
Al igual que todos los que empezamos a fumar muy jóvenes, el origen del placer del fumado lo encuentro en una relación inconsciente entre el vicio, y una forma bastante imbécil de practicar la rebeldía. Por eso desconfío profundamente de los fumadores que encendieron su primer cigarrillo siendo adultos: esos sí han de estar muy jodidos.

X
Existe una delicadeza imponderable en la manera cómo se organizan los dedos de la mano para sostener la liviandad del un cigarrillo.

XI
Las leyes anti-tabaco institucionalizaron el desamparo de los solitarios y los tristes, que ahora deambulan desorientados por las afueras de la viña del señor.

XII
El primer y el último cigarrillo del día son una necedad gratuita, pocas veces se programan desde el deseo. Aunque si nos ponemos grandiosos, puede que enmascaren la puntuación anodina de la Historia y del Tiempo.

XIII
Nunca fumen hijos míos. Nunca-nunca-nunca… ni compren a crédito un televisor de alta definición.

XIV
Tengo un recuerdo que puede ser falso y sin embargo atesoro con cariño, los túneles en el viaje en tren de Natchez a Hushpuckena: los sonidos desgajándose de las paredes, la oscuridad total por la que se mueve errática la brasa del cigarrillo de mi padre, hasta que se fija en un punto y arde con más intensidad justo antes que el tren salga de nuevo a la luz. Luego, el humo buscando una ventana.

XV
Alegoría del silencio.

XVI
En noches de insomnio me calmo oliéndome el bigote. Huele a incendios apagados, a ceniza fresca.

XVII
Me fastidia que un desconocido me pida un cigarrillo. Igualmente me incordia que un amigo me pida “un jalón”. Es decir, entiendo el fumado como una práctica ante todo individual, responsable y egoísta. De ahí que deteste el gregarismo de algunos fumadores: Si usted fuma, señor, señora, no es problema mío.

XVIII
Quien te ofrece agua es un bienhechor, quien te ofrece fuego es un cómplice. A los bienhechores no hay forma de quitárselos de encima, a los cómplices en cambio, con la traición basta.

XIX
La única actividad posible durante la espera es fumar, cualquier otra es una ingenua negación de la espera misma. Suponiendo que la espera sea una condición que puede, o no, ser alterada.

XX
“Holy smoke”. Tanta tinta para contar que se fue niño en un cine de barrio y que fumar es un placer: puro humo.

XXI
“El progreso se ha convertido en algo así como un persistente juego de las sillas en el que un segundo de distracción puede comportar una derrota irreversible y una exclusión inapelable. Incapaces de aminorar el ritmo vertiginoso del cambio, nos centramos sobre lo que podemos (o se nos asegura que podemos) influir: tratamos de calcular y minimizar el riesgo de ser nosotros mismos, víctimas de los indefinibles peligros que nos depara este mundo y su futuro incierto. Por así decirlo, buscamos blancos sustitutivos hacia los que dirigir nuestro excedente de temores existenciales y, entre nuestros nuevos objetivos improvisados, nos topamos con advertencias contra inhalar cigarrillos ajenos, la ingesta de alimentos ricos en grasas o en bacterias “malas”, la exposición al sol o el sexo sin protección...”. Z. Bauman.

¿Fuego?