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miércoles, 5 de agosto de 2009

Acuario X (2004) [empieza algunas entradas abajo]




X

Fumaba con cautela, como a saltitos; había que acomodar el humo concienzudamente en la bóveda mucosa (nube gris del cielo de la boca –pensó) y luego filtrarlo con cuidado de no rozar mucho las paredes de la garganta que resentían el tránsito recurrente de esos cúmulos alquitranados. -El cigarrillo también es una forma de asirse al sistema solar, de colgarse del mundo –pensaba mientras encendía con la colilla un nuevo e impecable cilindro blanco. Mi pequeño suicidio dosificado porque claro, yo soy de esos suicidas que no se tiran de un sétimo piso por miedo a arrepentirse por el quinto en plena caída libre. Como el pobre Sérvulo del cuento de Julio: tan decidido a pegarse un tiro y tan temeroso a morir atropellado por una motocicleta, al fin de cuentas el suicidio es un poco eso; una proclama desesperada e inobjetable de que se está vivo.
Luis luisito, irte y no volver, esa es tu muerte modesta, ¿por qué siempre andás el pasaporte en el bolsillo? – se decía mientras veía cómo el bus bufaba al acomodarse en la estación- Siempre listo para irte, vos que ya has perdido demasiados buses.
Habrán hecho el amor en la noche; el innombrable borrego y pleno, límpido y bello, reconciliado; Ceci....Ceci-revista, Ceci-casa, tan de ella, tan de él, Ceci-poema y Ceci-Tatiana, tan lejana porque yo nunca pude, nunca quise y tres puntos, otro cigarro. Cecilia filia, no tardes más.
¡Cómo quisiste conocerlos! Que te conocieran. ¡Qué simulacro! El conocimiento nos abruma. Qué bien sabía Dios la trampa que le estaba poniendo a Adán al dejarlo nombrar las cosas. Queremos ser lo que sabemos y el sólo sé que nada sé es el rey de los aforismos, siempre a la moda, no se supo nada antes y no se sabe nada ahora y nunca sabremos nada y la nada es indivisible, es un todo muy compacto y ya te dio por la tragicomedia seudo-existencialista (estás poniendo nombres), ahora resulta que mis lecturas son puro cuché y yo el hijo de mis padres, debe ser el frío.
La mañana le sabía aún a noche, a borrachera errática por un San Pedro conocido y laberíntico, a primera inmolación de un fénix torpe. Abordó el bus un segundo antes de que este cerrara las puertas y arrancara. Por la ventanilla pudo observar las piernas de una muchacha desvanecerse en una esquina. El chofer encendió la radio:

Luis se acurrucó en el asiento sonriéndose despacio, triste.
...Amjabemfim limevdalam
ru gi fa xlogvag ad vahi
ge fa vitlug udkoedalam
dum fobalam koa idñewá
tubi ad lid koa fa ujohudu
ñeñi meg junleu ge woahi
vifi ad uela di layudug...


-Si insiste, despiste el quiste con alpiste -musitó antes de dormirse.

Acuario IX (2004)


IX

-Quedate, Luis no va a volver hoy.
-Ya sé –dijo Ceci que había puesto sus zapatos junto a la cama- No apagués, quiero que me veás desnuda, que sepás el vientre que está pronto a acogerte, a amasarte para luego negarte y devolverte al mundo con un nombre que no puede ser el tuyo pero que es el que te pone al fin y al cabo. Vení. Para dejarte entrar necesito que te acerqués, que usés la llave así, despacio, que trepés la escalinata de caracol sin saltarte un solo peldaño, porque yo soy cada peldaño; después podrás saltarlos de dos en dos, de tres en tres, hacia atrás, pero hoy no. Ahora no. Pisalos bien, sentí como se hunden tus pies, porque son escalones blandos, insectos de terciopelo en almíbar salado.
Conocé mi estancia, te la presento: ella es la niebla, ella el barro, ellas todas luciérnagas tímidas de dientes afilados, sentí cómo te muerden con dentelladas de luz cálida.
No intentés sostenerte, sería absurdo, no hay piso, la alfombra es una ilusión barata que no sé cuándo aprendí, cuándo aprendimos.
No te ahogués, todavía no te ahogués. Dejá que te enseñe el círculo, los triángulos y los electrones. Después podrás olvidarlo todo, después deberás olvidarlo todo mi amor. Porque lo que se aprende en mi estancia, en mi estancia se olvida. Los astrolabios y los mapas, las bujías y los piñones, los alfabetos, todos son artificios inútiles aquí.
No te ahogués, todavía no te ahogués. Después podremos olvidarlo todo hasta el próximo reencuentro.

Julio soñó un recuerdo. Había mesas. Muchas mesas. Todas largas. Había una muchacha, había la bufanda de la muchacha. En el mostrador de aquel galerón la gente hacía fila para servirse comida: picadillos, arroz, carnes. Él también hacía fila. Tenía hambre. No habían sillas, todos comían de pie. La muchacha se separó de la fila con su ración en una bandeja pero pobre, al intentar juntar la bufanda que se le había caído y serpenteado hasta ocultarse bajo una de las mesas, perdió el equilibrio y su almuerzo íntegro fue a dar al piso de mosaico. La bufanda se acercó cautelosa a olfatear los restos mientras la muchacha volteaba a ver a todos lados sin mirar a nadie. Él se acercó voluntarioso a darle una mano cuando un tipo sin rostro probable, se paró sobre una mesa en el fondo del salón y, sosteniéndose el estómago, empezó a carcajearse señalando a la muchacha y gritando ¡Clavicordio! ¡Clavicordio! entre los espasmos de risa (Julio recordó que Luis le había dicho alguna vez que no se burlaba de Ceci, si no de su caballerosidad acartonada y pretenciosa); entonces él se fue hacia donde el tipo con paso vacilante y le preguntó -¿Por qué y cómo sabe usted mi nombre?- El tipo se sentó en la mesa y poniéndole una mano en el hombro le dijo con sarcasmo –Conan Doyle tiene que servirle a uno de algo en la vida, querido Julito.
La muchacha se sentó con Julio (¿y las sillas? – se preguntó), mientras el tipo se fue a corretear la bufanda en los jardines posteriores.

Acuario VII y VIII (2004)


VII

¿Cómo supo mi nombre ese infeliz? –pensaba Julio en el taxi, sintiéndose un poco vulnerable-, pudo haber sido una casualidad. De tanto ponerme nombres alguna vez tenía que acertar. -Vaya manera de terminar la noche. ¿Qué bicho lo habrá picado hoy? –le preguntó a Ceci, que miraba pasar los postes de luz infinitamente por la ventana.
-¿Qué sé yo?, Luis es de esos que creen que en el universo no ha pasado nada nuevo desde el Big-Bang. Entonces anda por la vida “inventándosela” como dice él.
-Un nihilista a medio tiempo, porque la otra mitad se la pasa queriendo creer y entonces busca trabajo y novia y a veces hasta los encuentra.
-No seás tonto, Luis sólo busca trabajo cuando ya no tiene para cigarros. Ni siquiera para la renta; a él le da lo mismo traerte una cajetilla vacía para tu torre que un cheque para el alquiler y en cuanto a las mujeres, sólo se empata con una hasta asegurarse de que no lo quiere.
-¿Será?
-Estoy segura.

Tati bajó del taxi apenas despidiéndose de Ceci y Julio. Tenía ganas de llorar pero no lo haría. Por qué iba a llorar ahora que por fin sabía que Luis la quería, que la quería y no lo vería ya nunca más. Abrió la puerta segura de algo, casi feliz, casi llorando. El taxi se fue.

VIII

Tengo esta tos labrada en la garganta con cinceles de humo y niebla
Te pienso
tengo este Quijano que no ha podido volverse loco
a pesar de escuderos dispuestos a volar sobre caballos de madera
Desde mi cubículo de aire te pienso

que no vuelan
Para inventarte
tengo la luz que se posa silenciosa sobre lo que leo y lo que escribo
tengo abuelos muertos que nacieron cuando empecé a perder la memoria
Para inventarme una certeza

y salía a cazar los tigres que no podía soñar un ciego
Certeza de incertidumbre

tengo un montón de cajitas vacías
apiladas en forma de torre truculenta
Para colocarte

para alcanzar el cielo sólo les falta un accidente
en alguna galería de babel hay un libro con un nombre escrito
para asirte
tengo esta soledad domesticada bien puesta entre retratos
te doy un nombre si te pienso
y libros y sillones
Sujeto el hilo laxo
soledad que cómodamente elijo desde mis territorios desmontados
tengo esta noche que es todas las noches compendio de amores y licores
Porque vos Ariadna estás en otro laberinto
de mesas como casas sin cerrojo
Porque el minotauro me mira desde dentro desde mi
de huérfanos edípicos y brujas protectoras
tengo los espejos
Y no tuve más remedio que devorar mis manos de Teseo

Terribles clones que me miran con mis ojos que son otros
Con mis mandíbulas de portento
Ofelia mujer muchacha loca
Para darte algún sentido te pienso

El silencio es también una verdad que oculta cosas

Acuario VI (2004)


VI

La punta superior derecha de la servilleta fue la primera en ser alcanzada por los sudores expansivos de la cerveza derramada, la superficie de papel se contraía lentamente ante el avance del líquido colonizador con un crujir de moléculas que Luis imaginaba que escuchaba. El humo del Acuario no salía por las ventanas, Luis lo observaba ser rechazado por una película invisible de aire que lo iba concentrando alrededor de los bombillos mediocres vencidos por capas de polvo ancestrales. -El humo se solidifica poco a poco -pensaba- se cuela en los rincones, nos rodea las aletas, nos tapa las agallas. El humo y el polvo, he ahí el tótem que exhalás por tu boca pececito deslucido, ese incienso que se corta con los ácidos de tu transpiración y empieza a acorralarte, a retardar tus movimientos de animal acuático. Debés apresurarte a conjurarlo. –Llamó a la mesera- Tráigame otra cerveza y otro cáliz –dijo levantando el vaso- porque este está a punto de quebrarse – y lo dejó caer al piso. –La mesera se fue enfurruñada a buscar el cáliz, la cerveza, una escoba y una pala. Conocía a Luis desde hace mucho y sabía que iba a ser una noche larga.
Sacó un bolígrafo, tomó la servilleta saturada de alcohol y empezó a escribir sobre ella:

T ng sta to la rada en l ga g nta n c ncel s de umo nieb a
go te jano h erse
pes de scu
Que o lan
Ten l uz ciosa br leo u
abu nac on m é l m ria…

Acuario V (2004)


V

Tati sacó las fotos. Un San José parcelado, difuminado, mutilado y San José al fin y al cabo en cada cuadro. Estatuas apunto de rascarse la nariz, palomos cortejantes, sombras encadenadas a los cuerpos, fuentes derramándose, relojes dejando pasar el tiempo como quien mira llover, automóviles reventándose contra el horizonte, la Catedral blanca y altiva, levantándose la falda al caminar, basuritas revoltosas, niños lavándose la cara con hollín, el mercado fervoroso y lleno de gente como un hormiguero, entradas y túneles y salidas y la gente, tanta gente, toda moviéndose.

-¿Qué querés proponerme?
-Es muy sencillo, como no te vi muy anuente con el tema del poema
-Seguí echándole agua a la balsa
-Calmate con la sátira hídrica y dejá que te exponga la idea.

Cerveza, cerveza, cerveza, Imperial

-Hasta que se bajó de la nubecita del güisqui –dijo Ceci, que secaba con una servilleta la mesa para que las fotos.
-Vos seguí degustando del buen arte, fécula de papa y dejá que estoy negociando con tu novio. El asunto es que como el poema no te la hizo tal cual, con algo de razón debo admitir (Ceci y Tati se miraron de reojo divertidas) acabo de ponerlo en clave y te juro que si bien el agua no se convierte en vino, sí se convierte en otra cosa -Luis le pasó la libreta a Julio que fruncía el ceño mientras leía en voz baja y con dificultad:

Mim nlemna
Vifi dim amjabim,
Vifi dum javalum.

Fovzuvzu wedoñeugu,
Ad livéi ma laóga
Ud xedi wa nom jamnuhum
R wad nagwewi adávnlevi;

Zutléu koa agñeul videtléam
U tataldi
Yinu u yinu.

-Descifrarlo es fácil –dijo Luis con afinación de polaco puerta en puerta- la puntuación se queda como en el original, hacés dos grupitos de letras, uno de cinco (vocales) y otro de veintidós (consonantes), a las vocales le sumás uno y a las consonantes seis, en el orden habitual, es decir de izquierda a derecha, y entonces zas, una M es una S y una I es una O. Claro, es así porque me roncó, porque seis y uno siete, pero las cantidades a sumar pueden variar.
-Y esto para qué –preguntó Julio que ya empezaba a sentir cómo la presión del agua del Acuario empezaba a hacer más vagas las formas de las cosas.
-Para qué para qué. Yo qué sé para qué. –dijo Luis con rabia inesperada, como si la pregunta fuera otra cosa: una paloma que a condición de que le explicaran por qué la perseguían se dejaría atrapar- Inventemos para qué: para que los lectores menos interesados crean que estamos publicando en lenguas de antiguas civilizaciones, para recibir un volumen considerable de correos sugiriéndonos cambiar al tipo o la tipa que corrige los dedazos por el bien de la revista, para asentar de una forma alegórica que el caos o el azar son también un orden, un orden inconcebible porque insistimos en ordenar las cosas de una sola forma, con un solo método pulcramente razonable y científico. Para qué para qué. ¿Para qué te cambiaste vos el nombre? ¿Para qué coleccionás cajetillas vacías de cigarrillos? Las ponés sobre el escritorio, una sobre otra, tres, siete, dieciséis, cincuenta y dos, una torre perfecta de cartón que crece y se ensancha poco a poco. ¿Para qué hacemos la revista? Para darle de comer a un animal sin estómago, para proponernos un sentido que no es tal, que es un simulacro de un simulacro, un pulgar haciendo sombra al mediodía
-Calmate Luis –dijo Tati un poco nerviosa y sorprendida
-¿Por qué estás emperrado en sacar ese poema? Vos sabés que no es bueno, a vos ese poema no te gusta, lo tuyo es otra cosa, pero te pasás haciendo figuras de lo que querés decir, ese poema me lo proponés revuelto porque no te atrevés a decir derecho nada, porque te da miedo que entienda, porque no querés que entienda y entonces me das un poema turbio, que en todo caso no deja de ser el mismo poema, el mismísimo poema, desordenado lógicamente, como símbolo de otra cosa para curarte en salud, Pilatos de feria.
-Tenés razón Alopecio, tenés razón Alopecio de la quintísima, pero es que eso es lo único que podemos tener, te das cuenta, te das cuenta que a mí no me alcanza; y vos querés entenderme, vos albañil de babeles de cartón, portador de nombres desechables, yo te pondría Siul, porque ese tiene que ser tu nombre. –Gritaba Luis que, al intentar señalar a Julio, derramó el vaso de cerveza sobre una foto en blanco y negro del campanario de La Soledad que admiraba Ceci para no meterse-. Sabés qué tendrías que hacer ahora, tendrías que tomar a tu hermana y a tu novia y llevarlas a casa, -dijo bajando la voz- ya es tarde para que dos muchachas decentes anden llevando sereno. Vos querés entenderme, ¡haceme el favor! Vos, que te conformás con tener razón. Yo soy el que no entiende tu estabilidad, tu casita de cartón firme y bien formada.
- No te pongás así Lucho, qué te pasa –decía Tati mientras Ceci empezaba a recoger las fotos molesta
-Tati abejoncita ¿cuántos vasos has quebrado hoy? No querás quererme que yo no quiero, hacé como tu cuñada, mirá qué decidida se levanta, esa mujer tiene que saber lo que está haciendo. No te confundás; Laertes no te hace Ofelia, mi loca huyó hace mucho y yo, que si tuve hijos no les puse nombre para no tener cómo llamarlos, es porque renegué de vengar la muerte de cualquier rey padre. Andate con ellos butifarra, que en tus oraciones sean recordados todos mis pecados, andate que yo no quiero estar con vos, mañana nos vemos, mañana cuando se me haya pasado le necedad.

Los tres caminaban en silencio por la acera a unos cincuenta metros del bar -¡Clavicordio!- gritó Luis sosteniéndose de la puerta. Julio se detuvo y se volvió hacia él con un gesto de horror feliz (si es que ese gesto es posible), como si hubiera escuchado el nombre de Dios -¡No me dijiste si te pareció la idea de publicarlo en clave o qué- Hijo de puta- murmuró Julio mientras volvía a darle el brazo a Cecilia para alcanzar a Tati que ya había parado un taxi.

Acuario IV (2004)


IV

-Ya me estaba preocupando, ¿no te hizo nada éste insípido?
-Nada cariño, es un insípido inofensivo, sobre todo cuando no tiene plata para el café y las tostadas y una tiene que invitarlo.
-¡Ah no! –dijo Julio balanceando la cabeza con gesto desaprobatorio- vos sabés que éste es un club exclusivo. Si no tenés para la birra, no tenés la alcurnia necesaria.
-Por eso justamente, mi querido Clemeciano, me ahorré el cófi; ésta lo lleva a uno a cafés que en definitiva se salen de mi presupuesto de desempleado.
-Ya vas a empezar a ponerme nombres
-Yo no empecé –dijo Luis sentándose-, empezaste vos poniéndote Julio, desacreditando el óptimo gusto de tu madre y el buen juicio del curita que te bautizó.
-A mi mamá dejala quedita que es una señora muy esmerada.
-Como todas las madres, la mía por ejemplo esperó a morirse hasta verme enmarcado y con birrete en una pared.
-Ya están peleando ustedes dos –dijo Tati que volvía del baño sacudiendo las manos, apunto de botarle la cerveza al fulano de la mesa de junto y con gesto de plenitud, - por qué no mejor pedimos cerveza y buscamos una conversación alternativa.
-¡Ah, mi abejoncita mediadora! Siempre en el momento justo, no te lo decía, por eso sos tan buena fotógrafa. A mi en realidad se me antoja más un whisky.
-Me sacás un café y venís a tomar güisqui, es el colmo -ladró Ceci con falsa indignación.
-No te enojés, que se te ponen lindísimos los ojos.
-Ya está bueno donjuan, pasame fuego y pedí el güisky y las cervezas –ordenó Julio rascándose la nariz después de encender el cigarrillo.
-Un whisqui y tres Pilsen, por favor.

Acuario era una cantina de pueblo insertada en el centro de San Pedro, un anacronismo rebosante, una sobreviviente con luces navideñas empolvadas. A Obras Completas le gustaba reunirse ahí, porque ahí habían empezado a quererse cuando eran universitarios, porque ahí eran más amigos, se encontraban más fácil entre las mesas de formica y las paredes tapizadas con yute que en cualquier otra parte. Ahí las piezas cuadraban, afuera eran piezas de rompecabezas distintos que sólo encajaban aleatoriamente: Ceci-Julio/ Julio-Luis/ Julio-Ceci-Luis/ Tati-todos/ Luis-Luis-Luis

-En vez de Obras Completas, debimos haberle puesto Peces de ciudad a la revista en honor al Acuario –dijo Julio nostálgico y sirviéndose cerveza- lástima que ya hay una canción con ese nombre.
-Eso ya lo has dicho muchas veces antes –dijo Ceci sobrestimando el trago picodebotella que acababa de darse porque después de tantos años, aún no concebía que Julio bebiera la cerveza en vaso.
-Por supuesto que ya lo he dicho muchas veces, todo lo que podamos decir aquí ya lo hemos dicho aquí, por eso insistimos en venir.
-Más que peces, lo que se cría aquí son cucarachas –dijo Tati sin horror, señalando unas antenitas que asomaban titubeantes por una rotura en el yute.
-¡Pero qué cucarachas, abejoncita! Hasta ministros han salido de esta pecera, sin contarnos a nosotros, que somos ilustrísimas cucarachas. Igual, para refrescarle la memoria al corro editor, y siguiendo con lo que empezó aquí Anirremo...
-¡No lo creo! Estás de acuerdo con Julio –dijeron a una voz Tati y Ceci como hipnotizadas.
-Claro, pero eso fue hace mucho, cuando por primera vez dije lo que voy a decir. Tomen nota: Obras Completas se nos ocurrió para nombre de la revista, primero porque estábamos borrachos como probablemente estaremos más tarde, y primerísimo porque el Acuario es el gran epicentro contenedor, el origen -cada vez más mitológico debo decir- de esta sociedad de cuatro miembros y en constante distanciamiento, por eso nos reunimos recurrentemente a celebrar nuestra eukharistia aquí, porque aquí somos totales; en tanto se cumpla la ceremonia somos omnipresentes e inmutables, a pesar de mi calvicie.
-Te estás contradiciendo –dijo Tati, feliz de su perspicacia- porque acabás de admitir que ahora no estás de acuerdo con Julio, entonces sí hubo cambios.
-Yo no dije eso butifarrita, lo que dije es que aquí me es imposible estar en desacuerdo con Libertiano; afuera claro que hemos cambiado, aunque el cambio es discutible, afuera estoy en desacuerdo con Telémaco por razones menos importantes y más divertidas.
-Telémaco es un bonito nombre –apuntó Ceci besando a Julio
-Vos y tus delirios homéricos –pudo haberlo dicho cualquiera

Cerveza, cerveza, cerveza

-El punto es que el Acuario es para nosotros un centro, el eje que sostiene inmóvil las manecillas del reloj que se repite infinitamente -dijo Julio haciendo círculos imaginarios mientras decía manecillas
-Y nosotros somos las manecillas –dijo Tati como preguntando
-Hoy estás florida, abejoncita
-¿Entonces, qué es el tiempo?
-Un invento que no nos gusta usar –dijo Luis moviendo el hielo de su vaso vacío-, un producto incidental de nuestra fabriquita que no sirve para fabricar lo que buscamos que es esa Isla Desconocida de Saramago, por eso seguimos viniendo a bucear al Acuario como cucarachitas anfibias y detenidas.
-¿Entonces para qué tomo fotos yo?
-Por si acaso hermanita, por si acaso –dijo Julio paternal
-Esto es una foto –dijo Luis abarcando el bar en un gesto- una foto estática, no como las tuyas que se mueven. Mirá a ese flacucho que en lo que yo me fumo un cigarro él se fuma tres.
-Cosa rara en una persona –musitó Ceci mientras se abanicaba de la cara el humo que acababa de botar Luis
-Sí el de la barra, bueno, ese muchacho es Ceci esperándonos hace seis o siete años. Aquel triunvirato: la rubia de ojos de té con limón, la colocha esfinge y el bajito arabesco, esos somos vos, Rocinulfo y yo jugando un aburridísimo veintiuno mientras Ceci va a sacar unas copias o algo por el estilo. Ellos estarán haciendo otras cosas inescrutables, pero nosotros nos vemos ahí sentados, debajo, sobre y a los lados de ellos. Estamos ahí sentados como lo estamos en esta mesa y en todas las mesas del Acuario.
-¿Cómo que mis fotos se mueven?
-Porque vos todavía podés tomarlas desde afuera, porque a vos, el mundo de inmenso, te queda chico, por eso andás tropezando con todo, por eso capturás al mundo sin arrebatarle el movimiento, porque ocupás que se mueva, que no te estorbe. El lente de tu cámara es el vidrio del Acuario a través del cual te maravillás viendo los peces ir y venir ir y venir y así estás bien.
-Qué sabés vos si yo estoy bien –dijo Tati con recelo y cavilosa. A mí me parece entonces que el Acuario es más bien donde nos mentimos. Donde hacemos fábulas de la realidad, donde la negamos con un candor exacerbado, cuando en realidad la realidad real está afuera dispuesta a realmente aislarnos.
-Yu gáret –dijo Julio- y ese candor es nuestro refugio.
-Depende del lado del vidrio de la pecera en que estés. Quizá por eso butifarra, es que tomás esas fotos tan lindas, porque vos no sos un pez de ciudad como dice aquí el innombrable, vos estás más allá de nosotros, lo cual, para fines prácticos, tampoco te sirve de mucho.
-A mi no me convencen y ya están empezando a aburrirme- dijo Ceci bostezando con un hastío provocador- ahora Luis va a sacar su mesita plegable, porque “la realidad es una mesa coja”, ¿es así?
-Vas enrumbada fulana.
-Una mesa coja que aceptamos aunque la desconsiderada no nos quepa en el comedor, entonces derribamos las paredes de la casa para quedarnos con la mesa y los taquitos -se me olvidaban los taquitos- Debiste haberlos dejado peleando, así habríamos hablado mas a gusto nosotras- le dijo a Tati en tono cómplice.
-Te hirieron, compadre
-Sí, pero no de muerte. Qué tiene de malo querer rechazar esa mesa absurda para fabricar otra, aguafiestas. Yo tengo mi diploma de ebanista.
-Por eso, porque la rechazás para fabricarte otra, que igual te va a salir coja porque no tenés dónde meterte tus taquitos de papel, aunque a mí se me ocurren un par de ideas.
-Dont yu step on mai blu sued shus, fea –capituló Luis, huyendo por las riberas del humor-. Mejor tomá, ponele estas servilletas a la pata de la mesa, a ver si la estabilizamos. ¡Cómo se mueve, por la puta!

Cerveza, cerveza, cerveza, whisky

-No hay nada como una mesa coja –dijo Julio con ánimos de brindar.
-¡Salud! –coincidieron todos
-¿Quién la entiende? En la tarde tu noviecilla estaba con que vos y yo: un puro pleito de mediasuelas.
-Lo que pasa y cambiando de tema, es que la amistad de Lucho y mía sólo es posible a partir de desacuerdos, fulanas, es una red trenzada con hilos de la discordia.
-Explicales Reneldo.
-¿Y la red para qué les sirve? –preguntó Ceci, que había entrado en calor.
-Para atrapar a tontuelas como ustedes.
-Engreídos.
-Zompopas caderudas.
-¿Te enseño las fotos?
-Por favor.
-Yo paso –dijo Julio levantándose para ir al baño
-Yo también –dijo Luis sacando una libreta del bulto.
-No les hagás caso, son unos engreídos.
-Y ustedes unas libélulas ensordecedoras.
-Vení pronto Silíbaco, que te tengo una propuesta.

Propuesta-fiesta-siesta-apuesta-resta-cuesta-molesta-presta
enhiesta-esta-funesta
¿denuesta?

Recitaba Julio haciendo circulitos.

Acuario III (2004)


III

“San José se ve más bonito en fotos”- Pensó mientras bajaba del bus que llegó justo a tiempo para mostrarle las piernas de la muchacha que doblaba la esquina- La perdí. La perdí para siempre y pronto, ya, olvidé sus piernas...- La tarde estaba cubierta por un sol inútil y agónico que la maquillaba deliciosamente, el viento cruzaba fuerte entre los peatones que hacían lo que les corresponde: irse –“calabaza-calabaza-jomsuitjom-¿quiénlatenestecorazón?”. Sólo Luis parecía no tener prisa, no buscar un bus, un taxi, un edificio en particular. La avenida en el hervor frío de las cinco le resultaba un espectáculo interesante; nunca se sintió parte de ese ajetreo, como el joker que ni fu ni fa y sin embargo, puede adoptar la personalidad de cualquiera de los habitantes de la baraja si es necesario.
“Un Tico en San José”, ooh ooh, I’m an alien, I’m a legal alien, I’m a tico in ticoland.

Cecilia de seguro tardaría, así que sacó un cigarrillo para no subir tan solo por el bulevar y amortiguar la espera –la espera desespera- dijo entre dientes, mientras jalaba la llamita del encendedor a pesar de los manotazos de brisa polvorienta que bajaban del Morazán. Llegó a la plaza como llegan los perros callejeros a cualquier parte, eligió un poyo donde posar el trasero y, después de maravillarse con la flor gigantesca que un payaso percudido fabricó con globos multiformes de colores, se concentró en la fotografía que adquiría un movimiento tan natural, tan cotidiano. San José caminaba hacia todos los puntos cardinales y sin embargo
“se queda” –pensó. El bulevar es un reptil inmenso mudando de piel a cada instante. El Teatro Nacional se balancea, se altera a cada aletazo de las palomas que huyen furiosas de los niños. Hace tanto que no me da por perseguir palomas y sin embargo tengo la sensación de haber estado haciéndolo toda la vida. Niño tonto no la vas a atrapar. Pero no lo sabés. Cómo te divierte no saber. Cómo divierte a tu madre que no sepás. Ahora le comprará maíz a la señora gorda y le pedirá que te saque una polaroid rodeado de palomas que pondrá en algún álbum con un papelito que diga:

“Sebas persiguiendo palomas”

como si no fuera evidente, como si el dato fuera necesario. La explicación esa ancla, ese puerto provisional e inútil. Explicar una cosa es deformarla, substraerla de sí misma para traerla al mundo a punta de palabras que no son más que cuñas. Toda palabra es un prejuicio cantaba Federico. Taquitos de papel para que la realidad -que es una mesa porque insistimos en ponerle las patas- no se nos tambalee. También estás en las fotos de Tati, un poco más alto y menos panzoncito pero ahí estás, congelado, persiguiendo palomas. Las fotos de Tati se mueven, se lo diré en la noche –pensó mientras miraba el reloj inmóvil de la fuente para notar que había avanzado quince minutos desde que llegó a la plaza.-. Todo está quieto y aún me quedan unos cuantos taquitos de papel en el bolsillo. Cecilia filia no tardes más- dijo como silbando.

A lo lejos, en el último plano de la fotografía, había una muchacha diminuta esperando el semáforo, de repente los autos se detuvieron y se vio cómo el viento levantaba la bufanda blanca que tiraba por el cuello a la muchacha y la hacía partir la Avenida Segunda en dos. Se acercaba aprisa saltando de un plano a otro. Agrandándose. Pasó entre el Teatro Nacional y los turistas del café del Gran Hotel Costa Rica con una indiferencia absoluta que fue correspondida con una dosis similar por parte de los turistas y la estatua vigilante de Beethoven. Venía agrandándose, sacando sin violencia, poco a poco, la gente y las palomas del cuadro, hasta que la foto quedó completamente cubierta de un azul profundo por el que de vez en cuando brillaba un gran objeto redondo que debía de ser un botón.

-Ya sé, ya sé, me atrasé.
-¿Y de qué me sirve a mí que lo sepás?
-No seás pesado. Como dijo Wilde en labios de Lord Henry: “La puntualidad es una pérdida de tiempo”, así que...
-No me cités maricones, vos sabés que a mí los libros no me sirven de nada: libro que leo, libro que olvido. En todo caso ya te perdoné.
-Qué considerado.
-Cómo no serlo si ese suéter azul te queda exquisito, para seguir con el estilo wildeano.
-Eso se lo dice usted a todas –dijo Cecilia, balanceándose con las manos juntas y sobreactuando pena.
-Sólo si visten de azul –asintió Luis, adoptando la pose que según él adoptaría un dandy inglés de fines del XIX, lo cual le hizo mucha gracia a Ceci.
-Bueno, bueno, dejémonos de frases hechas y vamos por un café... Manolo’s supongo.
-Sus deseos son órdenes, señora.
-Necio.

(Cecilia y Luis se divertían mucho juntos, sobre todo cuando no había nadie más que pusiera en evidencia lo distante que estaba el uno del otro. Alguna vez, en su época universitaria, habían compartido cepillo de dientes, cocina y cama; más por miedo a arrepentirse con los años de no haberlo hecho que por la miopía del viejo cupido, al que por esos tiempos las alas ya empezaban a vérsele ridículas. Por un lado, Cecilia creía saber mucho de Luis, conocerlo, admirarlo a veces, soportarlo estoicamente otras; por el otro Luis se abandonaba a la superficie, a leerle sin método la sombra, a detallarle la silueta y quererla cuando estaba triste y comprarle baratijas de cien pesos que ella descubría divertida en la mochila o la cartuchera. Cecilia se dedicaba a acompañarlo a él, que estaba tan solo, y Luis a dejarse acompañar y no prometerle nada, excepto lo que no había que cumplir. Lo de ellos fue más bien un affair, un caprichito que los dos se concedieron a sabiendas de que no les dolería demasiado, de que nunca se lo tomarían muy en serio. Y así fue)

Se sentaron contentísimos de que un par de gringos que estaban en una mesa de afuera se marcharan dejándoles espacio. Por supuesto que la mirada condenatoria que lanzó Cecilia sobre los vasos y los platos vacíos de la pareja tuvo algo que ver.
-Hemos logrado la nacionalización de la mesa- festejó Luis socarronamente
-So juat?
-Pues que podremos tomar café de exportación en una mesa con vista al mar.
-¿De gente?
-Sip. Parece que está subiendo la marea, cuidado te mojás los zapatitos.
-Un café con leche para mí –le dijo Ceci a la mesera, que se había acercado.
-A mí uno negro y una orden de tostadas, por favor. ¿Querés tostadas? –Le preguntó a Ceci.
-No. Almorcé tarde y todavía estoy llena –respondió frotándose el estómago.
La mesera se alejó sin mucha ceremonia a esos territorios donde crecen los árboles que dan tazas de café, leche tibia, tostadas calientes, jarras de cerveza y los más diversos platillos. -¡Dos cafés y una de tostadas para la siete!
“La cocina de los restaurantes. Territorio ignoto. Vedado para los no iniciados. Donde suponemos que hay calores fraguando cosas, aguas que fluyen en lavabos y tuberías, personas e insectos ignorándose, cristales formando altísimas torres simétricas de platos y vasos, frigoríficos retardando procesos químicos ineludibles. ¡Meras especulaciones! una ventanilla y un timbre son los únicos indicios que tenemos de la existencia de lugares tan disímiles como estos; por las mesas se reparten sandwiches ya ensamblados, carnes alteradas por el fuego, granos intervenidos por manos inv...”
-Entonces fulano, ¿para qué me citaste? ¿Encontraste por fin la fórmula para que los números se toquen entre sí? O ¿acaso ya sabés cuál es la mezcla perfecta de metales y sus dosis respectivas para producir pescaditos de oro?
-Eso lo descubrí hace mucho –respondió Luis con aire de autosuficiencia, sin esforzarse por acabar su devaneo-. Lo que pasa es que si le sumás esa escrupulosa manía de Tati por ir a su clase de diseño y composición a la arraigada costumbre que tiene Julio de trabajar, a mí me queda una tarde y un apartamento grandísimos y vos sabés la claustrofobia que me agarra en los espacios amplios. Así que decidí venir a ver las fotos de Tati en vivo y a todo color y de paso buscarte para matar juntos el tiempo mientras esos dos se desocupan. Además tenía ganillas de verte y leerte un poema.
-Gracias –dijeron a una voz a la mesera que traía los frutos frescos en una bandeja plástica marrón que le recordó a Cecilia un día, hace mucho, cuando se le cayó el almuerzo en el comedor de la universidad para regocijo de los otros y total vergüenza suya.
-¿Qué poema será?
-Poné atención, es un poema que podés colgar en el índigo ojal de tu suéter… –Luis sacó un papel del bolsillo, un poco desconcertado por el rubor de Ceci, que a esas alturas ya estaba recogiendo los últimos restos de picadillo de chayote de un piso del pasado.

Sos triste
Como los espejos,
Como las peceras.

Muchacha diluviana,
El rocío se reúne
Al filo de tus pestañas
Y del tendido eléctrico;

Habría que enviar colibríes
A beberlo
Gota a gota.

-Más que poema parece telegrama –dijo Ceci, revolviendo afanosamente el café.
-Porque es urgente, es un poema urgente, un aviso –replicó Luis un poco decepcionado, pasándole el papel a Cecilia y sin saber muy bien por qué había tomado la defensa del poema como su causa del día, al fin y al cabo a él qué le importaba.
-No sé, a mí me parece muy cortante, como sin ritmo: SOS TRISTE –recitaba con voz solemne-/ COMO LOS ESPEJOS/ COMO LAS PECERAS./MUCHACHA DILUVIANA...¿qué es eso de muchacha diluviana? Suena a monstruo, a sirena gorda y decrépita desafinando en el balcón de alguna casa de citas. Ves como solitas me brotan las imágenes; dats poetry, mai dier!
-A Prusiano tampoco le gustó mucho, pero nada, igual lo publico.
-No la agarrés con Julio –objetó Ceci con una risilla cómplice-, así que de eso se trata, venís a buscar aliados editoriales. Por eso yo desde el principio me lavé las manos. Ustedes dos son insufribles: primero deciden irse a vivir juntos y luego se les ocurre como la gran cosa ponerse una revista.
-¿Por qué lo decís? –preguntó Luis que sabía la respuesta pero quería escuchar las sílabas incorporarse, irrumpir en escena, acomodarse en palabras y oraciones, con los tonos y los matices que convierten lo inasible en algo capaz de ser sentido y recreado en el paladar del alma.
-Porque pasan agarrados del pelo, que si el tipo de fuente, que cuáles páginas a color y cuáles no, que si mantener un estilo desenfadado siempre o de vez en cuando ponerse serios. Eso de la revista es un pretexto para desviar la atención de sus disgustos a un campo de batalla donde los soldados se disparan con balitas de celofán. ¿Por qué no deciden odiarse y punto?
-Vos sabés que estoy absolutamente incapacitado para odiar a Julio… es tan buen conversador. Lo mal quiero, eso es todo.
-Pues peor... a vos siempre te costó dar la razón, siempre has sido un tibio, nunca pudiste... – dijo Ceci buscando la palabra que se le cayó dentro del bolso pero sólo encontró un cigarrillo, así que se lo encendió.
-Siempre y Nunca, palabras que se quedan cortas, palabras huecas que no saben decir lo que dicen, que ocultan otra palabra menos abstracta, indecible. En el fondo yo no debería estar aquí, a mi no debería haberme gustado el poema de Henri Dardelve, solo ese seudónimo ya es todo un síntoma, pero qué le vamos a hacer, uno tiene que inventarse la vida fulana; aunque ya esté inventada, aunque extienda la mano y la taza de café no tiemble y se deje agarrar irremediablemente por su bracito de porcelana, aunque la arrastre unos centímetros más rumbo a tus dedos distraídos y los sienta huir poniendo de pretexto un cigarrillo, que por supuesto no es un cigarrillo ni una excusa, sino más bien una razón, un argumento inobjetable, porque claro, yo nunca pude tres puntos y entonces cigarro.
-A lo que voy es que vos, solo por molestar, entre Teresa y la Isla Barataria, te quedás con la isla, para ponértelo como te gusta.
-Sancho también lo hubiera hecho si el pobre hubiera sabido que la Isla Barataria no existía, que en vez de isla era un Kraken absurdo y hermoso, ese pulpo colosal que hunde los más grandes navíos. La locura del Caballero Andante no puede excusar la cándida inocencia del escudero mi Teresita resentida- dijo Luis, como quien tira una moneda al aire.
-No te me agrandés. Cuando digo Teresa no digo mujer, digo mástil en el cual ponerle las velas a ese barquito tuyo, que insiste en ser hundido por cefalópodos gigantes que solo me mueven si me los imagino al ajillo o en una buena crema de mariscos. Además, vos estás muy lejos de estar loco, querés ser un caballero andante y a apenas y llegás a barbero.
Se rieron despacio, comprensivos, como desde otro tiempo. Hacía mucho que se habían dicho lo que había que decirse, lo demás sería escupirle al sol, lamer con una lengua de sombra las sombras. Cecilia se recostó a la silla y estiró las piernas. Luis la imitó, no sin antes encenderse también un cigarrillo. Botaron largamente el humo. Habían llegado al silencio, que era la mejor forma de estar juntos cuando la tarde empezaba a sufrir esa metamorfosis que la convertía en dos alas oscuras desplegadas que se orientaban hacia San Pedro.

Acuario I y II (2004)




...de palabras hizo su trono y su corona,
sus ejércitos y ciudades,
de palabras su mujer...

Del libro de los Céteetras

I

-¿Qué te parece? Llegó ayer al correo con otros cuatro que no me animo a leerte por miedo a caer en una de esas depresiones cursis que en las películas que tanto le gustan a la butifarra se curan comiendo helado a toneles.
-“Hidromelancólico”. Poesía con propiedades hidroterapéuticas si querés: ahora que está de moda –dijo Julio sarcástico mientras acomodaba con suma concentración una cajita nueva sobre el cúmulo de otras más antiguas.
-Yo saqué el paraguas después de leerlo por pura precaución. Aunque debo admitir que lo del espejo me gustó –Luis supervisaba con escepticismo la construcción sistemática de Julio-. Ya, si lo contextualizás dentro del charquito-poema, te das cuenta que es lo único que no remite directamente al agua y sin embargo, los espejos tienen ese dejo a materia líquida, a hachedosó vaporizándose. Además, coincido con el autor -un tal Henri Dardelve- en que los espejos son entes más bien tristes.
-Vos, que estás condenado a ver tu carota cada vez que la asomás en uno, a mi me resultan criaturas de lo más amables –dijo Julio dándole el golpecito final a la caja para que se afirmara.
-¿Será?
-Estoy seguro.
En ese momento tocaron la puerta, lo cual le dio un chance estratégico a Luis que, aprovechando que Julio se levantaba a abrir arrugó los otros cuatro poemas y los tiró junto al montón de bodoques de papel que habían en la sala.
-Si no es Tati con las fotos, es el “A y A” que viene a pasarnos la factura por ese poema que te jalaste. ¡Es un despilfarro!
A Luis no le desagradaba del todo, le recordaba alguna canción de cuna, alguna tarde silenciosa de noviembre, un aroma a vela recién apagada, unas piernas de mujer diluyéndose en las sombras; cosas de esas que traen una nostalgia boba con ellas. En todo caso le gustaba más que los otros cuatro que yacían junto a unos restos del directorio telefónico del cual Julio sacaba nombres raros para los personajes de sus cuentos: Ajú, Obdulio, Sérvulo, etcétera. Todos sabían que Julio no se llamaba Julio, pero nadie, ni siquiera Cecilia, sabía cuál era su nombre bautismal y entre todos sostenían que debía ser horrible y por eso se obsesionaba en buscar nombres extravagantes para sus principales y así acompañar mejor su complejito. A Julio esto no le hacía demasiada gracia.
-¡Bueeenas!- Saludó Tati, que entró triunfal y queriendo tropezarse con el felpudo mientras intentaba quitarse el bolso que no ponía de su parte y se aferraba como un orangután recién nacido.
-¿Cómo te fue?- preguntó Julio como quien no pretende una respuesta..
-Muy bien. Aunque el muchacho del revelado tenía un bigote a lo Cleto González Víquez que daba escalofríos. Vos sabés que a mi los bigotes me dan mala espina, sobre todo si me recuerdan personajes históricos o a papá. ¿Y a ustedes?
-Pués bien- contestó Luis levantándose para saludar-, aunque estaríamos mejor con un poco de café. Qué dicha que llegaste, sin duda tenés el don de la precisión involuntaria.
-Voluta preciosa y prescindible del humo voluble y envolvente que preciso en este inane e inanimado momento que preludia las tazas las cucharas y el aroma estimulante–construía Julio, yéndose de la sala.
-A lo que huele es a tufo de macho inútil.
-Ni macho, ni inútil mi amor, es un balance entre dos factores: el factor pereza y el factor motivación y, además de linda, hoy te encuentro motivadísima. En cambio mirame a mi: la pereza hecha carne –dijo Luis estirándose en el sofá.
-Tenés razón en lo de motivada, pero sobre todo en lo de linda –replicó Tati, mientras buscaba en la alacena los filtros para el café que se ocultaban con esmero-. Los dos rollos salieron completitos y todas las fotos están preciosas. Me va a costar decidir cuáles vamos a publicar, aunque por supuesto ya tengo candidatas.
-Me temo que a Lucho no le costó decidir cuál poema vamos a sacar- dijo Julio que volvía de traer los cigarrillos del cuarto con el aire del hombre que no encuentra el encendedor-, hace un rato estábamos nadando en poesía, li te ral men te. Cuidado y se nos corre la tinta a la hora de imprimirlo y entonces a la mierda el tiraje.
-¡Qué es tu mala sangre Floripundio! ¡Hoy te levantaste de un humor!
-¡Floripundio tu poeta de llovizna!
-El poema no está tan mal y además es cortito, lo cual lo califica para no ocupar mucho espacio en la revista. Vení leelo flaca.
-Después. Ahora veamos las fotos a ver si se calman ustedes dos y se salen del blanco y negro de las letras para entrar en el sepia diez por quince de la imagen –referencias, siempre hay que dar referencias, pensó Luis-. San José se ve más bonito en fotos, sobre todo si las tomo yo -Concluyó Tati complacida, sentándose en medio de los dos, mientras el cofimeiquer iniciaba su letanía de suspiros.

II

Te pienso
desde mi cubículo de aire te pienso
para inventarte
para inventarme una certeza
certeza de incertidumbre
para colocarte
para asirte
te doy un nombre si te pienso
sujeto el hilo laxo
porque vos Ariadna estás en otro laberinto
porque el minotauro me mira desde dentro desde mí
y no tuve más remedio que devorar mis manos de Teseo
con mi mandíbula de portento
para darte algún sentido te pienso