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lunes, 14 de marzo de 2011

América Latina está muerta: circule, no hay nada que ver!

El insomnio de Bolívar, cuatro consideraciones intempestivas sobre América Latina.
De Jorge Volpi

“¿Y si América Latina ya no existe? ¿Y si de pronto descubriéramos que, en vez de un rutinario examen de salud, América Latina requeriría de una autopsia? ¿Y si América Latina sólo fuese un cadáver insepulto?”

Estas preguntas, provocadoras y sugerentes, son más bien afirmaciones en este libro de Jorge Volpi que pretende ser una especie de revisión salteada y anecdótica de los doscientos –sobre todo los últimos cien- años de los territorios y las poblaciones americanas que se encuentran, grosso modo, al sur del río Bravo.

“Los signos de descomposición –dice Volpi- se acumulan, alarmantes: todo aquello que alguna vez caracterizó a la región, que la hizo homogénea y reconocible, se esfuma de forma irreparable.”

En primera instancia y sin dramatismos, uno puede estar de acuerdo con estas afirmaciones; aún más, uno puede celebrar modestamente –como lo hace él al referirse a las nuevas condiciones de la literatura en la región- dicha situación.

El problema es que Volpi nos da diez con hueco, porque dentro de sus reflexiones, “todo aquello que alguna vez caracterizó a la región” se reduce y se corresponde directa y UNICAMENTE con la o las imágenes caricaturescas y estereotipadas que se construyeron, con mayor o menor rédito, de la región; tanto desde fuera como desde dentro de esta.

“Antes –escribe Volpi- decías América Latina y tu interlocutor se imaginaba una escena como esta…” A continuación, Volpi se deleita en la descripción de humanoides zoomorfos que representan tanto, a militares todos poderosos, cargados de medallas y magnánimos retratos, como a sus séquitos alcohólicos y gorilizados, desmembrando a los opositores en algún reducto oscuro. Lo interesante es que ese “interlocutor” imaginario al que alude Volpi no es –se infiere- un latinoamericano, o ya, sin ser grandilocuente, un peruano o un costarricense o un mexicano. El “interlocutor” de Volpi es –seguramente- un europeo; digamos un español; o bien, un gringuito; o por qué no, un chino. En todo caso, algún ciudadano de esa gran nación que es los inversionistas extranjeros que, bien que mal, sí saben, para efectos prácticos –que en el fondo parecen ser los que le acomodan a Volpi- lo que es América latina. Si el interlocutor de Volpi fuese un vecino de estos pagos el asunto tal vez –sólo tal vez- se complejizaría demasiado y Volpi no quiere correr ese riesgo.

Los signos claves que evidencian la proclamada caducidad de América Latina son: el fin de las dictaduras y sus tránsitos –al menos formales- hacia la democracia; paralelo a esto: la obsolescencia de las guerrillas y los movimientos revolucionarios que, o se pasaron radicalmente de acera, o se institucionalizaron, o desaparecieron dentro de una nube de desencanto. La esterilidad al fin del fatum trágico de la endogamia y sus niños con colita de cerdo, es decir, el desgaste del realismo mágico. La ausencia, casi total, de intercambios culturales entre los distintos países. El creciente desinterés del resto del mundo; en especial de Estados Unidos, hacia la región.

Decía más arriba que uno puede estar francamente de acuerdo con Volpi, e incluso hacerle coro cuando dice que América Latina ya no existe, ya pasó. El inventario de, digamos, realidades objetivas del párrafo anterior, da cuenta de que esa caricatura estereotipada de América Latina es insostenible. Es decir, no podemos seguir pensando América Latina desde ese espacio imaginario que efectivamente se agotó. Sin embargo Volpi no intenta –y sin duda no por ingenuidad- en ningún momento aclarar que América Latina, ciertamente nunca fue tampoco esa caricatura discursiva, sino unos territorios y unas poblaciones infinitamente más complejos y llenos de contradicciones a la fecha irresueltas; cuando mucho, le dedica algunos párrafos a la situación de los indígenas. En vez de eso, da por cierta la caricatura al redactar su acta de defunción, sin hacer una mínima nota al pie de que ese muerto, más bien era una sombra.

“Preguntémonos entonces, otra vez, ¿qué compartimos, en exclusiva, los latinoamericanos? ¿Lo mismo de siempre: la lengua, las tradiciones católicas, el derecho romano, unas cuantas costumbres de incierto origen indígena o africano y el recelo, ahora transformado en chistes y gracejadas, hacia España y Estados Unidos? ¿Es todo? ¿Después de dos siglos de vida independiente eso es todo? ¿De verdad?”

A la no-América Latina del siglo XXI, “cada vez más difusa, más aburrida, más normal”, la caracterizan ahora, dice Volpi, los caudillos democráticos de izquierda o derecha –los Ortega, los Uribe, los Arias, los Chávez, los Correa, etc- con sus neo discursos populistas y mesiánicos. El poderío empresarial de los narcotraficantes, poblaciones indolentes que ejercen su civismo en los reality shows, y una producción literaria sin un “deber ser” en el mercado editorial para que sea valorada o bien, ignorada; y unos índices crecientes de desigualdad económica, como trapito de domingo. Parece entonces que en vez de ese aburrimiento y normalidad desafortunados que en una línea declara Volpi, tres líneas después los desdice con la fragua de un nuevo “exotiquismo”, está bien, está bien, no latinoamericano, sino mexicano, o colombiano o brasileño… latinoamericano.

Con lo descreída y pesimista que es una, tampoco es que vamos a colgar de ahora en más una pintura bajada de internet de Bolívar en el baño de la casa. Pero lo cierto es que este librito no deja de venir trucado. Los países de América Latina, se encuentran en un momento de su historia en el que, como nunca antes, tienen la posibilidad de revisar, unos más que otros, su pasado y rescribirlo si es del caso. Sin querer queriendo, Volpi parece conjurar de nuevo ese huracán apocalíptico que convirtió a Macondo en un pavoroso remolino de polvo y escombros y que borró de la faz de la tierra esa estirpe condenada a cien años de soledad, sólo que en lo que García Márquez puso, si se quiere, una moraleja esquiva; Volpi pone un llamado solapado al olvido: circule, circule, aquí no hay nada que ver. ¿El futuro? Una mierda ¿qué le vamos a hacer?

Eduardo V.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Marble birds


Kishin Shinoyama

Este poema en principio está incompleto y sin embargo, está terminado. Me explico: ayer o antier se lo mandé vía mail a mi primastro Fabián Coto después de pasar la tarde tratando de terminar lo empezado. Se lo envié con la siguiente nota: Te invito a que terminés este poema que bien podría titularse "el determinismo climático en la poesía" jajaja. Podés amputarle todo lo que considerés amputable... Claro, si te dan ganas, sino decime nomás que te parece. Abrazos. A vuelta de correo el Fabi me lo devolvió con una pregunta: ¿Qué le hace falta? sugiriéndome solamente ante la irregularidad en la puntuación entre la primera estrofa y las otras, que me abstuviera de ésta -cosa que hice-. La pregunta de Fabíán era la pregunta obvia, cómo demonios iba a saber él que le faltaba al poema, digo, si yo tampoco lo sabía, puesto que no había podido terminarlo. Más allá de cuestiones formales qué se le puede agregar o quitar a un poema "ajeno", pues nada, uno los lee y se aburre o los disfruta, punto. Cada herrero que afile su cuchillo de palo, ¿no? ¿Es posible y placentera la escritura colectiva? yo creo que sí, pero su empeño no puede ser de individualidades y ya ahí la cosa se complica.

¿Qué le hacía falta al poema? pues no sé, pero yo sentía -y siento- que algo se me quedaba -y queda- por agregarle. Aunque ciertamente hoy quise "terminarlo", cambiando palabras, adjetivos, sumándole algunos versos que le quedaron mal, como guindando o superpuestos, como si ese cuerpo al que yo creía -y creo- le faltaba un brazo o una pierna lo que yo le estaba dando eran prótesis. Al final desistí y lo dejé tal cual, así manco o cojo o tuerto, quizá así era el poema, la poesía.

Marble birds

Esto que escribo que se mueve
no se mueve
quizá se movió alguna vez
o se moverá
pero no se mueve ahora
aunque yo lo escriba
o lo lea alguien en lo que hoy
acomoda llamar futuro
y sea tan inútil llamarlo así

así se han demorado las tardes largas
incandescentes como las muertes de los astros o
los dioses pobres de los pobres
y como ellas
han traído y traen el frío y el viento y las miradas
que se posan como aves migratorias de mármol sobre un penacho de ciudad

algunos dirán que desde ahí avizoran un fruto rojo
una cálida abundancia
algunos dirán eso de mis pájaros de mármol
y sus ojos falsos

por lo demás los vendavales siguen aproximando
el aliento afilado de nieves remotas

Kishin Shinoyama

jueves, 11 de diciembre de 2008

Literaria II


"Yo, cada vez que voy a mear y pringo un poco la tapa, me siento Borges... -¡Esto lo hacía Borges!- me digo."

Joaquín Sabina

martes, 29 de abril de 2008

Literaria (se va el tren)




“Vida y otras cuestiones…
¿acaso la ronda de nunca y de siempre
sea que percibo o que sueño las sombras
que animan el mundo latente?”
Silvio Rodriguez

Una imagen poética sin duda.
Este Quino, más allá de la sonrisita ladeada, más allá del desconcierto, de la angustia, la nostalgia o el terror que nos pueda provocar, nos remite al reino de lo imposible, no de lo absurdo que sería más fácil irse por ese trecho; lo que le da fuerza dramática, por llamarlo de alguna forma, es que estamos ante un imposible que con absoluta gravedad (por eso también mueve a risa) está siendo puesto en entredicho.

Uno puede pensar que el tipo este del bombín es un desquiciado, que es un charlatán, un alienado o simplemente un pobre diablo. Nada de eso importa: hay un hombre esperando, largando los ojos al horizonte con la esperanza de atisbar al menos el humo de eso que espera, que supone que se acerca, es decir, lo imposible está en entredicho. Pues eso, o algo muy parecido es la poesía.

Desequilibrando el lenguaje, que ya sabemos no alcanza para aprehender “lo real”, es decir, no alcanza para hacer que pase el tren, aunque sea la herramienta más eficaz que ha producido el hombre por su sofisticada capacidad de abstracción (por eso hablo de poesía y no de pintura o música cuyos lenguajes usan otros vehículos más tortuosos aunque no menos bellos,) para tales afanes; desequilibrando el lenguaje, mutándolo, equivocándolo, es como la poesía se aproxima a lo que sentimos, nos aproxima más y mejor a lo que sentimos (Ojo que estos sentimientos también pueden ser falsos digamos en sus causas, no así en su manifestación, pero no estamos haciendo psicoanálisis)
Nietzche, que era un señor que siempre tenía fiebre, sitúa el origen del lenguaje en el instinto, ya que supone que a todo pensamiento debe necesariamente precederle un lenguaje que lo permita. Entonces el germen de los lenguajes tendría un disparador “inconciente”, no racional, la razón es posterior al lenguaje. Pues bien, es en el universo de lo irracional donde hacen su órbita los sentimientos y es ahí donde sólo pueden darnos mentiras las palabras que se usan para las necesidades inmediatas: pedir un paquete de Derby al pulpero o demostrar que Costa Rica fue un sueño teórico de los liberales de fines del XIX y principios del XX o apuntar que la poesía es la vara más larga que tiene el lenguaje para acercarnos a expresar la posibilidad de lo imposible (los sentimientos y su realidad).
Pareciera que estoy haciendo una división entre un lenguaje poético y otro digamos común, pero la intención no es esa, al fin y al cabo los dos se construyen con palabras y son aguas de una misma pajilla. Por otro lado la poesía no es un asunto de iniciados ¡no hay seres más ordinarios que los poetas! Cuando Federico dice que las palabras están condenadas a mentirnos, la “mentira” es una categoría extramoral que para nada vicia las utilidades del lenguaje para la vida cotidiana, la educación, en fin la comunicación. Lo que sí creo es que en la poesía se logra una comunicación o conversación interna, a veces desde la alucinación y lo abigarrado, a veces desde lo diáfano y calmo. Los poetas propician eso en la humanidad y ese es su valor, no es una comunicación entre poeta y lector, que no es que sea imposible sino ingenuo esperar que suceda, sino una comunicación de la persona enfrentada al poema consigo misma y más aún con el lenguaje que le posibilita la vida, porque el poeta, después de escritos, también se somete a sus poemas.

Se ha dicho que ya todo está escrito. Borges tiene contabilizadas una docena de metáforas “esenciales” desde las que se dan una cantidad limitada de variaciones, lo demás, dice, pueden ser hallazgos meramente asombrosos, pero el asombro sólo dura un instante. Sin embargo yo creo que un instante ya es bastante. El lenguaje como máquina tendrá un funcionamiento básico, pero los sentires, que son historia y capricho, no.
A un amigo mío le gusta mucho una canción de Silvio Rodriguez que dice:

Los caldeos, los asirios, la Roma del poder
Supieron resumir mejor;
Los helenos, los egipcios, los hijos de Israel,
Ya estaban conversando del amor…

Después se pregunta Silvio: “¿Qué te podría decir desde hoy?”; yo no sé que le podría decir desde hoy a la muchacha, lo cierto es que el fulano, a pesar de esa duda retórica, escribe la canción.
Pues bien, ese es el imposible al que aspira la poesía: ¿Cómo le digo a esta mujer que la amo sin que suene nada más como que la amo? ¿Cómo mandar a la remierda a los Oscar Arias, sin que suene como que simplemente los estoy mandando a la remierda? Es decir, no es cierto que sintamos como se sintió hace cuatro mil años o dos mil años, no es cierto que sintamos como siente el vecino; pero el lenguaje no nos permite la particularidad, a menos que hagamos aburridísimos arabescos teóricos, o pongamos una nota al pie de cada palabra, y al carajo la abstracción del lenguaje y aún así, no podríamos decir lo que queremos decir.
Bueno, esa es precisamente la imposibilidad que con la poesía se pone en entredicho, a través del lenguaje quiere salirse de él. La poesía: ese tren que no pasa, que quizá nunca pase, que no va a pasar; ese tipo esperando, con su maletita llena de cosas que intuimos.