miércoles, 24 de agosto de 2011

Eduardo va con F de Fernando


A Donfer

El mundo bien redondo
un corazón latido
el mar es lo más hondo
la vida es un silbido

las culpas al contado
el fuego en cigarrillos
mañana es un pasado
que llega con dientillos

un barrio y una bola
luego andar las aceras
majándose la cola
el diablo echa carreras

las cosas por su nombre
al cien se llega en cincos
Ecce Homo es este hombre
que llora dando brincos.

Agosto 2011

jueves, 4 de agosto de 2011

Animal huraño

A Pame, con fervor

Acostado, de pie y/o sentado,
dentro de estas paredes que guardan algo que palpita,
resido escaso, sin palabras para recibir tu muerte o la de los amigos
o cualquier muerte. Con un vendedor ambulante en el pecho
que llora cuando llega a los acantilados o cuando las ciudades
se duermen o son abandonadas por las mujeres
y los niños y los hombres porque algo terrible ha irrumpido
como un animal huraño en sus sueños.

Digo que me duele algún hueso y tiemblo de hambre
y cuando pienso en Dios solo veo su garra
agrietando el aire para inventar los recintos de su nada.

Desnudo con la verga blanda o ineficaz o triste
y el torrente de la sangre lleno de poros
y en los poros la baba de los relojes y otras máquinas
la baba de los besos y del brillo de las pantallas
la baba de 1987 o cualquiera de esos años
la baba del amor y de los que aman y tienen
mi número en su agenda telefónica y en cada dígito
un cable, una paloma de humo con mis señas
y un búnker contra la intemperie y los perros salvajes
que cría el corazón.

Coloqué un pie sobre el otro,
llené poco a poco con mis manos los bolsillos
y crecí luces negras en lo oscuro solo para verte
o para verlos en secreto,
solo para desgajarle a las voces la amapola adictiva del silencio
y tirar todas las puertas sin testigos.

Digo que equivoqué adrede el retrato hablado
que les di a los taxistas de mi casa. Los puntos de encuentro
donde me esperaste o me esperaron con el fuego y la palabra.

La palabra genérica, la que se gasta y la que se renueva;
donde mutan los paisajes abigarrados que quiero templar
sobre el papel. Un hombre joven que pone signos impronunciables
a las criaturas para olvidar cómo llamarlas y crear así la distancia
para la cacofonía de los trenes y las muchedumbres de los apeaderos.
Podría armar aquí tu nombre o sus nombres
pero están más cerca si los callo.

Y es que sabés y saben que me quedé con un dedo en el aire
la tarde que una mujer se hizo loca por no agraviar
a los que vuelven esquilmados de la lluvia;
la noche que un hombre pedía que le dijeran a sus hijos
que no le perdonaran nada, estrujándose los güevos y el corazón
para engañar al llanto.

Digo que mi fervor es hondo y anida en lo que no perdura.
Desde esas breves estaciones saludan los pañuelos del olvido,
blancos como las olas de un mar que se arrima cariñoso a las orillas.


Julio-agosto 2011