“Musings of a cigarrette smoking man” de
Raul Bloodworth
Traducción
Eduardo Valverde
I
Un fumador como yo, en un futuro
probable, puede pasar de fumar a no-fumar. Si bien considerar trivialidades como
esta puede parecer un despropósito para las almas prácticas, hay que reconocer
que no deja de sumarle sombras al porvenir –de por sí sombrío- de las almas, no
digamos achacosas, pero desangeladas.
II
“El recurso de andar fumando es un
paréntesis para la esclavitud y las bestias humilladas.”. Silvia Piranesi.
III
Le sobran incontables minutos al
final del día ahora que ya no fuma. Siguiendo la lógica del “time is money” los
deposita en puchitos bajo el colchón, junto a las horas de insomnio.
IV
En este lapso de tiempo –una vida-
me han querido varios hombres y varias mujeres, algunos aún me quieren. No
enumero nombres porque la memoria, sabemos, es injusta; sin embargo debo decir
que no existe mejor consuelo que un cigarrillo.
V
Un artificio para darle alguna
forma al aire. Una oración que se reza hacia dentro.
VI
Usualmente fumo de forma
compulsiva. Digamos que no me entero cuándo acaba un cigarrillo y cuándo inicia
otro; de repente ya ha anochecido y todos los impulsos del día se encharcan
bajo la luz de los postes.
VII
A veces cuando fumo y estoy solo,
me imagino solo y fumando.
VIII
Otra herramienta para poner
distancia; para volver a uno mismo luego, o durante cualquier rito de comunión:
la comida, el sexo, la conversación.
IX
Al igual que todos los que
empezamos a fumar muy jóvenes, el origen del placer del fumado lo encuentro en
una relación inconsciente entre el vicio, y una forma bastante imbécil de practicar
la rebeldía. Por eso desconfío profundamente de los fumadores que encendieron
su primer cigarrillo siendo adultos: esos sí han de estar muy jodidos.
X
Existe una delicadeza
imponderable en la manera cómo se organizan los dedos de la mano para sostener
la liviandad del un cigarrillo.
XI
Las leyes anti-tabaco
institucionalizaron el desamparo de los solitarios y los tristes, que ahora
deambulan desorientados por las afueras de
la viña del señor.
XII
El primer y el último cigarrillo
del día son una necedad gratuita, pocas veces se programan desde el deseo.
Aunque si nos ponemos grandiosos, puede que enmascaren la puntuación anodina de
la Historia y del Tiempo.
XIII
Nunca fumen hijos míos.
Nunca-nunca-nunca… ni compren a crédito un televisor de alta definición.
XIV
Tengo un recuerdo que puede ser
falso y sin embargo atesoro con cariño, los túneles en el viaje en tren de Natchez
a Hushpuckena: los sonidos desgajándose de las paredes, la oscuridad total por
la que se mueve errática la brasa del cigarrillo de mi padre, hasta que se fija
en un punto y arde con más intensidad justo antes que el tren salga de nuevo a
la luz. Luego, el humo buscando una ventana.
XV
Alegoría del silencio.
XVI
En noches de insomnio me calmo
oliéndome el bigote. Huele a incendios apagados, a ceniza fresca.
XVII
Me fastidia que un desconocido me
pida un cigarrillo. Igualmente me incordia que un amigo me pida “un jalón”. Es
decir, entiendo el fumado como una práctica ante todo individual, responsable y
egoísta. De ahí que deteste el gregarismo de algunos fumadores: Si usted fuma,
señor, señora, no es problema mío.
XVIII
Quien te ofrece agua es un
bienhechor, quien te ofrece fuego es un cómplice. A los bienhechores no hay
forma de quitárselos de encima, a los cómplices en cambio, con la traición
basta.
XIX
La única actividad posible
durante la espera es fumar, cualquier
otra es una ingenua negación de la espera misma. Suponiendo que la espera sea una condición que puede, o
no, ser alterada.
XX
“Holy smoke”. Tanta tinta para contar que se fue niño en un cine de
barrio y que fumar es un placer: puro humo.
XXI
“El progreso se ha convertido en
algo así como un persistente juego de las sillas en el que un segundo de
distracción puede comportar una derrota irreversible y una exclusión
inapelable. Incapaces de aminorar el ritmo vertiginoso del cambio, nos
centramos sobre lo que podemos (o se nos asegura que podemos) influir: tratamos
de calcular y minimizar el riesgo de ser nosotros mismos, víctimas de los
indefinibles peligros que nos depara este mundo y su futuro incierto. Por así
decirlo, buscamos blancos sustitutivos
hacia los que dirigir nuestro excedente de temores existenciales y, entre
nuestros nuevos objetivos improvisados, nos topamos con advertencias contra
inhalar cigarrillos ajenos, la ingesta de alimentos ricos en grasas o en
bacterias “malas”, la exposición al sol o el sexo sin protección...”. Z.
Bauman.
¿Fuego?