Christian Vogt
Atención, esto no es un discurso:
estamos entre amigos aunque pese.
No es un secreto que he querido
morder el labio a cada una y cada uno,
ni que hay más humo que horizonte
en algazaras con luna como esta.
Que se sepa: ya no somos tan tontos,
y aunque valga su peso en botonetas
no morimos ni matamos de amor
cuando los números están en rojo.
¿Habéis
visto por aquí una tribu,
un
pueblo salvaje que hace fuego?
cuando acabó de escribir el poema
telefonee al poeta por su nombre:
tras el tono un chasquido de dientes,
una risotada bajo el agua
y luego silencio, silencio turbio
de polvareda que avanza y encapota
cada urbe que nos imaginamos,
cada casa o cucharita de plata.
¿Nostalgia?: un afer de la clase media.
Hubo una piedra sobre esa mesa,
piedra grande de escombro o de río;
cómo costaba subirla a los buses,
convencer a meseros y taxistas
de que la piedra no era una piedra,
sino una pregunta sin respuesta:
o nos urgían derecho a la mierda
o se esmorecían de la risa.
¿Alguien se acuerda de la piedra grande?
Podría extender la mano por monedas
pero sólo sé chistes de naufragios
y enero está a la vuelta de la esquina
como un portal del que se escapan sombras,
carnavales festivos de siluetas,
muchachos, muchachas que ríen y bailan,
que lloran con los dos cordones sueltos,
que llegan al amor desesperados
y solemnes, hipando de borrachos,
sombras de ellos mismos y de su sombra.
Conocí a los hijos de mi familia
cuando Centroamérica reactivaba
su presencia en las guías turísticas;
en un bar, que era el culo del mundo
porque nunca lo indagó el sol,
movíamos torpemente los cuerpos:
con las manos muy grandes dibujamos
alas con lo que había en los ceniceros,
con las manos muy chicas acunamos
el sueño de perros y vagabundos.
“La
generación poli-sintomática
aterrizó,
queriendo escapar,
en
el lodo emoliente de este siglo”
dicen los partes médicos e históricos.
Después de tanto coito interrumpido
sabemos que al final no está la meta
que al final hay un espantapájaros
absurdo en el centro de una plaza,
el celador cordial de los jardines
del infierno centroamericano.
Hermanos y hermanas somos jóvenes.
No. Somos viejos poli-sintomáticos.
No. Somos alas grises de ceniza.
No. Aprendimos a atarnos los zapatos
para que nadie nos vea llorar. No.
Jugamos ronda en el espantapájaros.
No. Vagabundos no somos, ni perros.
No. Somos la piedra, nada es nuestro.
Los vasos en alto, desesperados
y alegres, brindemos hermanos. No.
Dic. 2012-Ene. 2013
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