I
Las
estrellas, que bajan con ríos y quebradas,
se
nos escapan de los dedos y del monedero como agua.
Así
no hay quién pague las cuentas
ni
quién cuente las monedas.
II
Tiene
una fuga el cenicero,
un
vasito de cartón con agua de botella.
Habrá
sido la agonía del fuego -ese gritito-
que
le partió las fibras.
III
Verde
el verde, y plomizo todo el gris.
Las
niñas juegan, se ríen en el piso;
las
mujeres aguardan -minutos adelante-
volver
sin un rasguño, al tamaño de sus cuerpos.
IV
No
dormíamos.
Lo
sé porque oí al viento buscar impaciente
formas
en los oscuro. Tal vez eso sueñen las vacas,
pero
no nosotros.
Nosotros
no dormíamos.
V
Tantas
veces lo juramos
que
acabó por no hacer caso;
insensible
al whisky y al sartén eléctrico,
al
té de menta y la conversación,
el
frío gobierna
como
un silencio que callan los volcanes.
VI
Los
escalones,
huraños
y angulosos en la noche,
suben
a la mañana en la que ella aún no despierta,
está
a punto.
VII
No
fregués,
en
esta casa
todavía
no muere nadie.
2 comentarios:
No eres de ninguna parte mientras no tengas ningunos muertos bajo la tierra.
"Así no hay quién pague las cuentas
ni quién cuente las monedas."; Notableeeee!!!!!
Publicar un comentario