“Yolanda hace todo lo posible como mujer
para disimular su condición de ángel.”
Eunice Odio
Se sabe que como hombre fue un hombre de temores y palabras. Palabras que ordenaban el polvo del mundo. Polvo con el que se construían los tranvías y los edificios que iban expandiendo la ciudad. Ciudad de barro en invierno y de sombras calcinadas, casi sólidas, en verano. Ciudad de putas gordas y gargajos por la noche y de vecinas apurando el mandado por el día.
Les temía a los niños porque no eran puros ni tiernos, sino furias volubles, vitalidad absurda y descosida, vocerío que irrumpe. Les temía a las mujeres porque no eran vírgenes ni comprensivas. No eran sueño blando sino torrente que se derrama, canto de galimatías por la mañana, suspiro estéril por las tardes. Le temía a sus padres porque no eran eternos ni bondadosos, sino carne corrompiéndose al sol, vanidad picada de termitas, ojos débiles e implorantes.
A Dios no le temía. Lo imaginó derribado y senil, envilecido y en mantillas apestando el cielo.