Henri Cartier-Bresson
Te conozco. Te he visto en mi calle juntando piedras que echás en tu mochila,
entrando en los remolinos de polvo con la boca abierta y los dientes erosionados.
Has apagado y encendido las luces de mi casa dejándola en silencio.
Te has deslizado en mis habitaciones de humo y músicas incidentales
arrastrando en los tobillos las sombras que se le han desprendido al día.
Te conozco. Has dormido junto a una mujer que resopla
hojarascas y fiebre de amaneceres en tu oído.
Y es que hubo un tiempo en que en cada barrio había una bicicleta para vos
pero ahora es enero y por más que le des
no recordás el número de Roberto ni el bigote hormiguiento de Julio
ni el corazón fresco que ofrecía Luis a los infames.
Fue con Roberto que subiste esa montaña oscura
en una moto blanca de hielo y carburo
a velocidades progresivas que volvían alfileres de plata
el agua suspendida en la madrugada:
querían ver las luces de San José apagarse al sol incipiente,
dejar a la muerte amarrándose los zapatos
entre los borrachos y las viudas de La Central,
llegar antes de que se acabara el siglo que había iniciado
el día anterior cuando recién descubrías la patria de sed y de sal
que prodigan el sexo tibio, la lava del alcohol y el tintinear de las monedas:
Derrapaban sin ánimos de morir y con toda la sangre agolpada en el rostro.
Te conozco. Has dejado los buses y los trenes pasar, masticando yerbas secas
a la vera del camino. Te subiste a un avión para asistir desde lo alto
al silencio del mar y las ciudades. Has persistido en la búsqueda
de los nombres añejos que se resisten a las sílabas, removiendo con
los dedos de una mano el hielo y sosteniendo un fuego estéril con los de la otra.
Así esperás el sueño, pero ahora es enero y por más que le des
no soñás con el caos alegre y chispeante de los ojos de Julio, ni con las garras
del gran oso juguetón que acurrucaba Roberto en sus bolsillos
ni con el sapo romántico y nocturno que ofrecía Luis a los infames.
Fue con Julio que bajaste de la mano al infierno del mundo mundial
a buscar bajo las piedras la huella de los amigos y la hospitalidad de sus hermanas,
a beber labio a labio el milagro de la saliva vuelta vino,
a llevarle versos humildes a las hogazas de pan repartido
y dispuesto en la gran mesa mundial del infierno donde
-ni él pudo preverlo entonces- ahora toca su flauta de fauno Julio.
Te conozco y hace enero y verano en estos días. En alguna habitación ventilada
Luis extiende un lienzo blanco y se empeña en pintar autorretratos
pero solo le sale frustración y corazones negros, corazones púrpura
que por fin ahora le compran los infames.
Enero 2010