Foto: Marc Riboud
Un texto bastante viejo, reescrito con ominosas intenciones.
Primero revolvió los cielos con fuegos nocturnos, calzó puntas de rayo en sus lanzas y creció espigas de sol. Luego, miró su rostro en el agua, pero para reconocerse desembarcó en costas de verde y hielo y pisó a caballo las arenas de un astro viejo. Antes de soñar con el abismo, soñó muros de barro y mausoleos erosionados, esculpió las almas en el bronce y las maderas e iluminó la muerte en las aulas y los lienzos. Creyó que eran su sombra las distancias que se alargaban a sus pies. Creyó escuchar a los niños repetir en sus cánticos su nombre. Le dio vida a los espejos mudando de sombrero de siglo en siglo, pensó que los animales acudirían a su nombre y embotelló galaxias en el kilobyte para venderlas en los souvenir-shops.
Hoy vino al mundo en una habitación ornamentada con metales esterilizados. Ya habían periódicos del día envolviendo rollos de culantro en los mercados cuando abrió los ojos por primera vez.