La flor que me ocupaba tenía los dientes suaves y un rastro fresco de caracol en la comisura. La lamí despacio, con el miedo que produce placeres en el vientre. Cuando estuvo segura de que yo ya no retrocedería empezó a engullirme por la lengua.
Cadenciosa, como un mar antiguo, la sentí desmontar su quijada para abarcarme todo y todo fui engullido. Todo menos el ombligo, que suele conservar los olores del vacío y de la nada, aromas que son rastros de las muertes asignadas a las vidas que comienzan.
Eso tiende a producirles una franca acidez.
2 comentarios:
Ah mae lo del ombligo es brillante... estas son las veces en las que quisiera poder urdir comentarios como los de Carlos Regueyra
¿Saben? a mí lo que se me ocurrió fue una vulgaridad, pero lo voy a decir en bonito porque lo otro no me luce: ese texto es de un erotismo tal que podría ser capaz de provocar ánimos lúbricos.
Gracias por el elogio, Jenaro, quizás yo, más que cuentista o poeta, soy comentador.
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