martes, 23 de septiembre de 2008

Las llaves de la casa

Financio mis satélites nocturnos con el humo que les compro a las personas de las ventanillas. Me subo a la ciudad en sus buses a la sombra de un sombrero que se alza hasta donde la lluvia lo permite. A través del ámbar ya se auguraba la embriaguez que corrige las deformidades de la noche y abre poros en los edificios. Nadie sabe de donde proviene esta neblina que difumina perros y ennoblece prostitutas, aunque en una luz distante todos hallamos la distancia. Huyéndole a los nombres procuro discotecas donde el calor se produce en masa y la piel brilla como los metales. Todos los corazones crudos palpitan silenciados fingiendo su muerte entre las luces, dejando que las sacudidas de los cuerpos parezcan artificios de las sombras. Un bienestar sin dioses se acurruca en el vientre y se siente bien. Luego, el reflujo de los vahos y de la estridencia me devuelve poco a poco a la intemperie, al oxígeno y al taxi de lujo.
Unos cuántos cadáveres de pájaros agavillados me hacen de llaves de la casa. El recuento es un olor a flores muertas en la memoria junto a la línea atenuada de un labio de mujer y un primer espasmo en alcanfor. Ahora dormir. Dormir en los olvidos veniales de las mañanas de barrio.

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