Todos vivimos en la casa desde hace mucho y todos sabemos, desde muy niños, que en la sala se pierden las cosas y se desvanece la gente y por eso hay que andar de puntillas y sin hacer ruido cuando se pasa por ahí, porque si se habla, ja!
No es una mansión: tiene la sala, la cocina, el cuarto de tele, el baño que es para todos y tres cuartos, uno para La Dueña, uno para los grandes y otro para los pequeños. En cada uno hay dos camarotes, o sea, cuatro camas. Lo que pasó es que uno de los grandes se fue hace poco y a Ernesto lo pasaron a ese cuarto y, si sos bueno para la mate, ya te habrás dado cuenta que a vos te va a tocar la cama de Ernesto.
Pobre. Una vez que veníamos por la sala de robarnos un pan dulce de la cocina, Ernesto, que era a penas un poco más pequeño que yo, se distrajo y me empezó a contar qué sé yo qué cosa, porque ese es el primer síntoma antes de desaparecer: uno no entiende ni jota de lo que la otra persona está hablando o tratando de decir y de repente ¡zás! ni rastro, se esfuma, desaparece. No pongás esa cara, no es que uno no lo vuelva a ver nunca más en la vida. A la mañana siguiente Ernesto amaneció en el cuarto con la pijama puesta y todo, lo que pasa es que ya no era el mismo, estaba como más viejo y aburrido, incluso un poco más grande que yo, hasta dejó de jugar con nosotros y además juraba que no se acordaba de nada de mí cuando los pequeños le decían ¡Cómo no se va a acordar!
Lo mismo pasó con Eduardo, Mario, Fofo y todos los demás que ya se han ido; todos eran más pequeños que yo, así como vos, y ahora me echan de su cuarto o simplemente me ignoran. A todos ellos yo les enseñé la casa el primer día que llegaron, así como te la estoy enseñando ahorita a vos, a todos les advertí de la sala y todos fueron tan tontos. Pero bueno, tampoco es para amargarse, todavía quedan Nicolás, Emiliano, Sebas y vos por supuesto: el recién llegado. Esperá a que los conozcás, son de lo más pura vida.
Siempre jugamos en el cuarto, porque ahí sí podemos hablar tranquilamente, o a veces, si hace una buena tarde, venimos aquí, al patio con los trompos hasta que ya se hace de noche y La Dueña nos apaga las luces. Al cuarto de tele ni nos arrimamos porque ahí están siempre Ernesto y los grandes con sus caras largas. Sólo los jueves nos acercamos a la sala por el pasillo, claro sin hacer ruido, para espiar a las tías que vienen a tomar café con La Dueña. Nos divertimos tanates: son unas viejas gordas, escandalosas y llenas de pintura y collares morados y turquesa que sólo se callan cuando le dan un sorbo al café. A la más fea le faltan dos dientes de abajo y todas huelen a manteca y ajo rancio. No son mala gente, a veces nos traen postales o soldaditos de plástico, pero tampoco son de fiar: Una vez la más vieja, que hasta las uñas tiene arrugadas, llamó a Nicolás para que cantara la canción de Manuelita ¡ahí en la mismísima sala! Imaginate los nervios del pobre de Nico. Por supuesto que se negó rotundamente, pero igual de rotunda fue la cachetada que le zampó La Dueña por ser tan indio y esas cosas. Por eso lo mejor es espiarlas a escondidas.
Lo más divertido es verlos a Ernesto y a Mario (que son los que les traen el café) servirle, sin hacer ruido claro, una taza a un sillón vacío, y luego ver cómo la taza flota en el aire con su platito y todo hasta que una de las tías aparece colgada de ella por los labios, o sino; verlas turnarse, según la que esté hablando, para desaparecer y aparecer de nuevo entre risotadas que se ahogan de pronto. Por supuesto no entendemos ni jota de lo que dicen, pero eso lo hace más divertido aún, porque parecen esas hipopótamas rosadas de la fábula que cantan en otro idioma sobre un escenario lleno de serpentinas de colores tristísimos. Ya las vas a ver el jueves. Te vas a morir de risa.
Bueno, este es el cuarto de los pequeños y aquel el de los grandes. Sí, este es el pasillo que lleva a la sala. No, entrá vos, ya debe estar esperándote La Dueña para darte tu pijama y presentarte a los demás. Nos vemos mañana después del desayuno. No, cómo se te ocurre, por lo visto no sos bueno para la mate. Yo duermo siempre en el sofá... sin hacer ruido, claro.
-Claro.
-Buenas noches.
-Buenas noches.
No es una mansión: tiene la sala, la cocina, el cuarto de tele, el baño que es para todos y tres cuartos, uno para La Dueña, uno para los grandes y otro para los pequeños. En cada uno hay dos camarotes, o sea, cuatro camas. Lo que pasó es que uno de los grandes se fue hace poco y a Ernesto lo pasaron a ese cuarto y, si sos bueno para la mate, ya te habrás dado cuenta que a vos te va a tocar la cama de Ernesto.
Pobre. Una vez que veníamos por la sala de robarnos un pan dulce de la cocina, Ernesto, que era a penas un poco más pequeño que yo, se distrajo y me empezó a contar qué sé yo qué cosa, porque ese es el primer síntoma antes de desaparecer: uno no entiende ni jota de lo que la otra persona está hablando o tratando de decir y de repente ¡zás! ni rastro, se esfuma, desaparece. No pongás esa cara, no es que uno no lo vuelva a ver nunca más en la vida. A la mañana siguiente Ernesto amaneció en el cuarto con la pijama puesta y todo, lo que pasa es que ya no era el mismo, estaba como más viejo y aburrido, incluso un poco más grande que yo, hasta dejó de jugar con nosotros y además juraba que no se acordaba de nada de mí cuando los pequeños le decían ¡Cómo no se va a acordar!
Lo mismo pasó con Eduardo, Mario, Fofo y todos los demás que ya se han ido; todos eran más pequeños que yo, así como vos, y ahora me echan de su cuarto o simplemente me ignoran. A todos ellos yo les enseñé la casa el primer día que llegaron, así como te la estoy enseñando ahorita a vos, a todos les advertí de la sala y todos fueron tan tontos. Pero bueno, tampoco es para amargarse, todavía quedan Nicolás, Emiliano, Sebas y vos por supuesto: el recién llegado. Esperá a que los conozcás, son de lo más pura vida.
Siempre jugamos en el cuarto, porque ahí sí podemos hablar tranquilamente, o a veces, si hace una buena tarde, venimos aquí, al patio con los trompos hasta que ya se hace de noche y La Dueña nos apaga las luces. Al cuarto de tele ni nos arrimamos porque ahí están siempre Ernesto y los grandes con sus caras largas. Sólo los jueves nos acercamos a la sala por el pasillo, claro sin hacer ruido, para espiar a las tías que vienen a tomar café con La Dueña. Nos divertimos tanates: son unas viejas gordas, escandalosas y llenas de pintura y collares morados y turquesa que sólo se callan cuando le dan un sorbo al café. A la más fea le faltan dos dientes de abajo y todas huelen a manteca y ajo rancio. No son mala gente, a veces nos traen postales o soldaditos de plástico, pero tampoco son de fiar: Una vez la más vieja, que hasta las uñas tiene arrugadas, llamó a Nicolás para que cantara la canción de Manuelita ¡ahí en la mismísima sala! Imaginate los nervios del pobre de Nico. Por supuesto que se negó rotundamente, pero igual de rotunda fue la cachetada que le zampó La Dueña por ser tan indio y esas cosas. Por eso lo mejor es espiarlas a escondidas.
Lo más divertido es verlos a Ernesto y a Mario (que son los que les traen el café) servirle, sin hacer ruido claro, una taza a un sillón vacío, y luego ver cómo la taza flota en el aire con su platito y todo hasta que una de las tías aparece colgada de ella por los labios, o sino; verlas turnarse, según la que esté hablando, para desaparecer y aparecer de nuevo entre risotadas que se ahogan de pronto. Por supuesto no entendemos ni jota de lo que dicen, pero eso lo hace más divertido aún, porque parecen esas hipopótamas rosadas de la fábula que cantan en otro idioma sobre un escenario lleno de serpentinas de colores tristísimos. Ya las vas a ver el jueves. Te vas a morir de risa.
Bueno, este es el cuarto de los pequeños y aquel el de los grandes. Sí, este es el pasillo que lleva a la sala. No, entrá vos, ya debe estar esperándote La Dueña para darte tu pijama y presentarte a los demás. Nos vemos mañana después del desayuno. No, cómo se te ocurre, por lo visto no sos bueno para la mate. Yo duermo siempre en el sofá... sin hacer ruido, claro.
-Claro.
-Buenas noches.
-Buenas noches.
1 comentario:
Me gusta. Me gusta mucho. Bien jalao. Creo, sin embargo, que podría desarrollarse un poco más... En vista de figuran varios personajes (entre ellos los inmuebles, claro está) sería interesante ahondar un poco más en su psicología. Pero está muy muy muy bien
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