A Pame
Hablé de las luces en la noche,
de ponerlas a titilar en San José sin quebrantarse
y de hacerlas sonar con la palabra;
hablé de alucinarlas en el espacio sideral
y en el mínimo cuenco de la mano,
de brillarlas en gas butano
y lamerlas de la piel descascarada de los bares
y de los árboles y callejones saturados de silencio de pericos.
Más tarde, cosechando la ebriedad
desde una cama incrustada al mundo por las patas
y habitada por una mujer que apacenta
automóviles y tranvías en los senos
al tiempo que acuna en la boca la diáspora de las mareas
que se posa en el tendido eléctrico,
quise soñar con lo que muda
justo cuando empezaban a aparecer los barrios
por la ventana
y ella volvía a vestirse para palear el frío.
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