Tenía ganas de estarse aquí,
acostumbrarse al polvo que trae el viento
cubriéndole los pies,
buscarse una mujer
-el zigzagueo del viento en estos valles
por las noches
suena como metales afilándose,
no hay oro entre las grietas de la tierra,
no brota agua de ellas-
caminó a la estación
ahí tenía siete diez
doce pares de raíles
que eran puntos de fuga
en la imagen de su cabeza
-nadie se queda una vida en los andenes.
Aquel intenso brillo
son las láminas de cinc
del techo de mi casa-
le señalaba al revisor.
2 comentarios:
Tristeza por doquier, creo producto del ir y el estarse de las estaciones.
Un Jhon Wayne venido a menos en las últimas décadas de miedo y desesperación. Una desesperación casi kierkegardiana. Hace poco descubrí el trabajo de Richard Misrach y me pareció fascinante. De hecho le escribí un texto en mi blog (no creás que soy un precursor de mí mismo que aprovecha tu blog para auto-publicitarse). Pensar que el país Marlboro de los western es una cantera de experimentos nucleares donde el pentagono posee millones de acres llenas de cadáveres de vacas y caballos... No soy partidario de esas profecias seculares que se publican en las universidades, pero varios autores (como Alfred Frendly) coinciden en que el fin de la URSS fue motivado, en parte, por un auténtico ecocidio nueclear!
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