miércoles, 5 de agosto de 2009

Acuario V (2004)


V

Tati sacó las fotos. Un San José parcelado, difuminado, mutilado y San José al fin y al cabo en cada cuadro. Estatuas apunto de rascarse la nariz, palomos cortejantes, sombras encadenadas a los cuerpos, fuentes derramándose, relojes dejando pasar el tiempo como quien mira llover, automóviles reventándose contra el horizonte, la Catedral blanca y altiva, levantándose la falda al caminar, basuritas revoltosas, niños lavándose la cara con hollín, el mercado fervoroso y lleno de gente como un hormiguero, entradas y túneles y salidas y la gente, tanta gente, toda moviéndose.

-¿Qué querés proponerme?
-Es muy sencillo, como no te vi muy anuente con el tema del poema
-Seguí echándole agua a la balsa
-Calmate con la sátira hídrica y dejá que te exponga la idea.

Cerveza, cerveza, cerveza, Imperial

-Hasta que se bajó de la nubecita del güisqui –dijo Ceci, que secaba con una servilleta la mesa para que las fotos.
-Vos seguí degustando del buen arte, fécula de papa y dejá que estoy negociando con tu novio. El asunto es que como el poema no te la hizo tal cual, con algo de razón debo admitir (Ceci y Tati se miraron de reojo divertidas) acabo de ponerlo en clave y te juro que si bien el agua no se convierte en vino, sí se convierte en otra cosa -Luis le pasó la libreta a Julio que fruncía el ceño mientras leía en voz baja y con dificultad:

Mim nlemna
Vifi dim amjabim,
Vifi dum javalum.

Fovzuvzu wedoñeugu,
Ad livéi ma laóga
Ud xedi wa nom jamnuhum
R wad nagwewi adávnlevi;

Zutléu koa agñeul videtléam
U tataldi
Yinu u yinu.

-Descifrarlo es fácil –dijo Luis con afinación de polaco puerta en puerta- la puntuación se queda como en el original, hacés dos grupitos de letras, uno de cinco (vocales) y otro de veintidós (consonantes), a las vocales le sumás uno y a las consonantes seis, en el orden habitual, es decir de izquierda a derecha, y entonces zas, una M es una S y una I es una O. Claro, es así porque me roncó, porque seis y uno siete, pero las cantidades a sumar pueden variar.
-Y esto para qué –preguntó Julio que ya empezaba a sentir cómo la presión del agua del Acuario empezaba a hacer más vagas las formas de las cosas.
-Para qué para qué. Yo qué sé para qué. –dijo Luis con rabia inesperada, como si la pregunta fuera otra cosa: una paloma que a condición de que le explicaran por qué la perseguían se dejaría atrapar- Inventemos para qué: para que los lectores menos interesados crean que estamos publicando en lenguas de antiguas civilizaciones, para recibir un volumen considerable de correos sugiriéndonos cambiar al tipo o la tipa que corrige los dedazos por el bien de la revista, para asentar de una forma alegórica que el caos o el azar son también un orden, un orden inconcebible porque insistimos en ordenar las cosas de una sola forma, con un solo método pulcramente razonable y científico. Para qué para qué. ¿Para qué te cambiaste vos el nombre? ¿Para qué coleccionás cajetillas vacías de cigarrillos? Las ponés sobre el escritorio, una sobre otra, tres, siete, dieciséis, cincuenta y dos, una torre perfecta de cartón que crece y se ensancha poco a poco. ¿Para qué hacemos la revista? Para darle de comer a un animal sin estómago, para proponernos un sentido que no es tal, que es un simulacro de un simulacro, un pulgar haciendo sombra al mediodía
-Calmate Luis –dijo Tati un poco nerviosa y sorprendida
-¿Por qué estás emperrado en sacar ese poema? Vos sabés que no es bueno, a vos ese poema no te gusta, lo tuyo es otra cosa, pero te pasás haciendo figuras de lo que querés decir, ese poema me lo proponés revuelto porque no te atrevés a decir derecho nada, porque te da miedo que entienda, porque no querés que entienda y entonces me das un poema turbio, que en todo caso no deja de ser el mismo poema, el mismísimo poema, desordenado lógicamente, como símbolo de otra cosa para curarte en salud, Pilatos de feria.
-Tenés razón Alopecio, tenés razón Alopecio de la quintísima, pero es que eso es lo único que podemos tener, te das cuenta, te das cuenta que a mí no me alcanza; y vos querés entenderme, vos albañil de babeles de cartón, portador de nombres desechables, yo te pondría Siul, porque ese tiene que ser tu nombre. –Gritaba Luis que, al intentar señalar a Julio, derramó el vaso de cerveza sobre una foto en blanco y negro del campanario de La Soledad que admiraba Ceci para no meterse-. Sabés qué tendrías que hacer ahora, tendrías que tomar a tu hermana y a tu novia y llevarlas a casa, -dijo bajando la voz- ya es tarde para que dos muchachas decentes anden llevando sereno. Vos querés entenderme, ¡haceme el favor! Vos, que te conformás con tener razón. Yo soy el que no entiende tu estabilidad, tu casita de cartón firme y bien formada.
- No te pongás así Lucho, qué te pasa –decía Tati mientras Ceci empezaba a recoger las fotos molesta
-Tati abejoncita ¿cuántos vasos has quebrado hoy? No querás quererme que yo no quiero, hacé como tu cuñada, mirá qué decidida se levanta, esa mujer tiene que saber lo que está haciendo. No te confundás; Laertes no te hace Ofelia, mi loca huyó hace mucho y yo, que si tuve hijos no les puse nombre para no tener cómo llamarlos, es porque renegué de vengar la muerte de cualquier rey padre. Andate con ellos butifarra, que en tus oraciones sean recordados todos mis pecados, andate que yo no quiero estar con vos, mañana nos vemos, mañana cuando se me haya pasado le necedad.

Los tres caminaban en silencio por la acera a unos cincuenta metros del bar -¡Clavicordio!- gritó Luis sosteniéndose de la puerta. Julio se detuvo y se volvió hacia él con un gesto de horror feliz (si es que ese gesto es posible), como si hubiera escuchado el nombre de Dios -¡No me dijiste si te pareció la idea de publicarlo en clave o qué- Hijo de puta- murmuró Julio mientras volvía a darle el brazo a Cecilia para alcanzar a Tati que ya había parado un taxi.

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