“La única excusa para hacer una cosa inútil es admirarla intensamente.”
Oscar Wilde
“Y tengo el tiempo y no tengo nada”
Fidel Gamboa
"yo que he nacido para rey, trabajando por dinero"
J. Sabina
Si hay algo de lo que me queje en esta vida es de tener que trabajar únicamente por dinero, ese indicador fluctuante del éxito moderno. El trabajo no es otra cosa que un paréntesis en la vida, el tributo que hay que pagarle al dios nuestro de cada día para poder hacer lo que realmente nos importa, que suele ser lo más importante. Por eso quiero hacer una reivindicación de lo inútil, porque es en lo inútil en donde reside toda belleza y es allí donde el ser humano se expone a sí mismo y en donde puede reinventarse a partir de él y de su imaginación. Con lo inútil me refiero aquí a lo que se sale del orden de la producción; una persona únicamente útil es una persona reproductora de lo mismo, nada nuevo o inesperado puede brotar de una persona útil, todo está previsto, como un perro Pavlov que siente hambre cuando escucha un timbre. Por otro lado, la capacidad creadora del ser humano (esencia de la especie) solo es potenciable cuando éste es inútil, cuando se encuentra ocioso, cuando no se plantea objetivos claros y se dedica a perder el tiempo para ver qué maravillas encuentra en esa pérdida. En la fábula bíblica son Adán y Eva, y no Dios, los que inventan el mundo a partir del ocio, conocieron el dolor y el placer, se parieron de ese útero que era el Edén en el que nada faltaba para disgusto de su creador, que ilusamente les había coartado cualquier ánimo inventivo. Es en esa posibilidad de ensimismamiento y de autoconciencia del hombre desde la cual el individuo puede percibir y darse cuenta del otro, que surge como un espejo que lo refleja y que él refleja a su vez, provocando muchedumbres infinitas de personas abrazables e inútiles.
El ocio como bien, existe desde que se convirtió en necesario, mejor dicho, para ponerlo en términos económicos, cuando se volvió un bien escaso. Esto es cuando el hombre empezó a poseer y a acumular, desde entonces el ocio se distribuye según las relaciones de poder de una sociedad dada. En la antigua Grecia, por ejemplo, los enemigos eran vueltos esclavos para ellos dedicarse a la comunión, las artes, la filosofía, las matemáticas, etc. Sin embargo, es sobre todo después de la Revolución Industrial cuando la significación del ocio se desvirtúa y cambia. Es entonces cuando el tiempo se desnaturaliza y deja de medirse por las estaciones o por la noche y el día, ahora lo que cuenta son las horas y los minutos, los silbatos de las fábricas marcan el inicio y el fin del día de trabajo, que se ve considerablemente extendido debido a que con la electricidad ya no se depende de la luz solar para seguir trabajando, los horarios de los trenes dictan ahora el comportamiento de los flujos de personas, que se alejan cada vez más y durante períodos más largos de tiempo de sus casas y sus gentes. El capitalismo industrial se convierte en un “estilo de vida” en el cual el ocio es un bien suntuoso, inaccesible e inclusive peligroso en manos de las masas.
Ahora bien, el consumismo como virtud última dentro del sistema de producción actual le ha dado al ocio un valor comercial e inconexo con las verdaderas necesidades humanas. El “tiempo libre” se ve atosigado por artefactos y actividades embrutecedoras y alienantes. El afán de poseer, casi como máxima moral, lo deshumaniza al hombre que cambia el “ser” por el “tener”, lo convierte en cosa, que a su vez es poseída por las abstracciones del mercado. Tenemos comidas rápidas, cajas rápidas, ventanillas únicas, el mundo en “tiempo real” en una pantalla, queremos conexión ultra rápida por internet, todo lo necesario para ahorrar tiempo con el único propósito justamente de tener tiempo, que a la hora de la hora, no sabemos cómo usar, en qué emplearlo, nos duelen los ratos libres, la pereza nos da culpa, quizá porque sentimos el vacío y nos acechan las dudas; ¡qué triste la tristeza de los jubilados! sus ojos de gorila viejo que no sale aunque le dejen abierta la puerta de la jaula. ¡Tanto empeñar el presente por ese futuro sombrío y sin porvenir a qué apostar!
Así, hoy el ocio es entendido como un “mientras tanto”, lo cual, insisto, es un mal entendido; el “mientras tanto” es ese paréntesis que mencionaba al inicio, paréntesis que nos limita y nos pone las pausas entre lo verdaderamente importante, entre vos y yo, entre ella y yo, entre nosotros, que lo que más queremos en la vida es tener tiempo que perder, para destruirnos y reinventarnos, para dolernos y deleitarnos, para pesar y medir granitos de sal que uno por uno disolveremos en las lenguas con el fin de comprobar las diversas intensidades salobres entre uno y otro. En fin, para dedicarnos a las inutilidades a las que se dedican los amigos, esos aficionados a la cacería de dragones, esos escuderos que saben que la Insula Barataria no existe y sin embargo la intuyen a cada palmo, esos torpes malabaristas del fuego y las palabras, esos vagabundos incorregibles que no pueden resistirse ante un mapa falso de “La Isla Desconocida” ni ante una mesa en la que la gente se toque, se escuche y se bese.